miércoles, 8 de julio de 2015

BANGKOK, TEATRO CONTEMPORÁNEO EN LA VILLARROEL



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En el marco del Festival Grec de este año podemos ver en La Villarroelhasta el dos de agosto, Bangkok. Su autor y director es Antonio Morcillo López, quien recibió el XXIII Premio SGAE de Teatro de 2013 por esta interesante obra realista, absurda y kafkiana a la vez, que bebe en muchas fuentes del teatro contemporáneo y nos evoca a autores como Albee, Pinter o Becket.

En un aeropuerto sin aviones ni pasajeros se presenta un anciano, posiblemente estafado a través de internet, que quiere viajar a ese Bangkok que da título a la obra. En un escenario aparentemente fantasmal, pero que sabemos que en la sociedad de nuestro presente puede ser absolutamente real y cercano, sólo encuentra a un joven guardia de seguridad dedicado a absurdas tareas, como, por ejemplo, entrenar halcones que eviten la proliferación de pájaros molestos para el tráfico aéreo. Se supone que en el aeropuerto hay alguien más, un joven chino al cual no vemos nunca y con el cual el guardia se comunica por teléfono.

La situación parece absurda pero explicable. ¿Acaso no conocemos la existencia de espacios inútiles parecidos, en los cuales se han gastado montones de dinero público? El diálogo entre los dos personajes se mueve entre pinceladas de humor amargo, esperpéntico y nos evoca dos vidas no tan alejadas de la realidad actual, reconocibles. El joven, casado y con un hijo, tiene un impresionante currículum académico pero sólo ha podido acceder a este trabajo monótono, aburrido y sin sentido. El  anciano parece un ejecutivo decadente y aburrido, solitario y amargado, que desea alejarse, incluso de su propia vida.

Sin embargo el texto evoluciona hacia una ambigüedad inquietante, con el telón de fondo de la crisis económica, de la falta de valores y objetivos de un mundo en el cual se puede incluso sobrevivir en medio de la escasez, en trabajos que no responden a ninguna necesidad, precarios y frustrantes. Antes, explica el anciano al joven, el trabajo encontraba al trabajador y éste acababa por ser un maestro en su oficio. Pero este viejecito que reflexiona a fondo sobre la vida tiene una extraña ocupación inexplicable y poco clara. De la misma manera que los halcones matan pájaros como los sisones, molestos para esos vuelos inexistentes, en el mundo existen personas cazadoras y personas susceptibles de convertirse en presas, pero esos papeles son intercambiables y confusos.

La obra tiene la gran virtud de ser breve, no llega a la hora y media, y eso hace que algunas reiteraciones e incluso tópicos recurrentes, en ese fondo crítico con los grandes capitales y los bancos, no resulten demasiado evidentes. Otro tema peligroso en los textos actuales es la proliferación de palabras malsonantes, de tacos, buscando un relativo realismo, es éste un recurso que habría que usar con tiento y sin excesos ya que en algunas ocasiones se maneja de forma algo gratuita. Tiene la obra, sin embargo muchísimos elementos positivos: se trata de teatro del presente, de texto, que bebe en muchas fuentes, que nos habla de nosotros mismos aunque sea de forma más o menos simbólica y que no tiene complejos a la hora de ser claramente filosófico o discursivo.

Y un elemento definitivo que hace que el montaje de La Villarroel resulte totalmente recomendable en estos días calurosos, las interpretaciones, inmensas y contundentes, de esa pareja de actores de dos generaciones  distintas, unidos en ese espacio sobrio, en medio de una escenografía austera que sitúa al público en la sala de espera de ese aeropuerto angustiosamente inútil. Dafnis Balduz, a quien muchos espectadores recordarán por sus papeles en series de televisión, interpreta a ese guardia de seguridad aparentemente amable, con cambios de humor incoherentes,  cobarde, indignado y puede que incluso peligroso para ese sistema que, de forma más o menos oculta y gracias a sus redes ocultas, maneja las vidas de la población.

Carlos Álvarez-Nóvoa, un actor con una larga e impresionante trayectoria, con un currículum de más peso que el del joven personaje de ficción, al cual descubrimos o redescubrimos en el cine gracias a Solas, interpreta a ese aparentemente inofensivo anciano, que va desvelando aspectos siniestros de su trabajo sin perder la apariencia bondadosa, detrás de la cual podría esconderse un torturador, un experto sicario de esos capitales anónimos y omnipotentes que mueven el mundo kafkiano de nuestro presente, aunque posiblemente el pasado fuese igualmente cruel con los desfavorecidos.

Obra casi de tesis, Bangkok es un texto muy bien dirigido e interpretado que exige una reflexión posterior, un debate colectivo,  un foro real o virtual. El final puede resultar abierto o cerrado, según la interpretación de cada cual. Incluso los aeropuertos inútiles pueden utilizarse en caso de emergencia o de necesidades represivas y no es la primera vez que Bangkok es un destino simbólico, literario, mítico e inquietante. Los milagros, como el de ese avión que por fin parece dar sentido a un no-lugar, pueden resultar absolutamente indeseables y peligrosos. Las personas y los lugares nos hacen a menudo evidente aquello tan antiguo de que las apariencias engañan.

Júlia Costa
(Publicado en el blog cultural 'Llegir en cas d'incendi')

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