lunes, 16 de noviembre de 2015

FACTORES INCONTROLABLES DE RIESGO INDIVIDUAL Y COLECTIVO


Decía Helmut Schmidt, desaparecido hace pocos días, fumador empedernido y longevo, cruz de las estadísticas sobre los males irrenunciables del tabaco y representante de una Europa que pudo haber sido y no fue, o que creíamos que era y no era lo que parecía, que políticos y periodistas comparten el triste destino de tener que hablar de cosas que no entenderán hasta mucho después. Sin embargo muchos políticos y periodistas comparten también una gran falta de humildad, hablan de lo que no saben como si supieran y eso lo podemos hacer extensivo a mucha más gente, profesores universitarios, filósofos modernos, tertulianos de la televisión e incluso eso que llamamos pueblo llano ya que con las redes sociales se tiene hoy una tribuna abierta para expresar todo tipo de opiniones. Los expertos son hoy innumerables, salen por todas partes.

Antoni Puigverd ha titulado un artículo reciente de forma muy gráfica, La guerra de la que nada sabemos. Se refiere, claro, a esa guerra asimétrica y extraña entre, se supone, oriente y occidente, entre civilizaciones, aunque los que más sufren el tema sean una gran parte inocente de ese oriente lejano pero inquietante. Los políticos no pueden dejar de entrar en el campo retórico de la condena abstracta, los vamos a pillar y vivimos entre riesgos diversos pero la verdad vencerá. En medio, claro, referencias constantes a qué no debe confundirse terrorismo islámico con islam. Llamarle a ese terrorismo islámico, sin embargo, es ya una declaración de intenciones mediáticas, lo mismo que cuando en Barcelona se etiqueta a grupos ruidosos y antisistema como anarquistas. Nada es inocente.

También es habitual la autoflagelación culpable: barrios marginados, países que sufrieron un pasado colonial abusivo, cosas así. Ni tan sólo el pasado escapa  de esas consideraciones, que malo era Colón, qué malos todos los hombres embrutecidos que huyendo de la miseria cercana se fueron a robar, matar y explotar indios. Qué malos los burgueses diversos que comerciaron con esclavos. Qué malos los españoles que se aprovecharon de Catalunya. Qué malos los ricachos que iban al Liceo mientras el pueblo sufría. Qué malos los curas, que no hacían lo que predicaban. Qué malo ese San Jaime Matamoros que tomo partido a favor de una civilización concreta y una estatua del cual con un moro moribundo bajo los pies han tenido que camuflar en Santiago para no herir sensibilidades turísticas.

Con un pasado con tantos pecados es lógico que ahora nos toque sufrir. Nos lo tenemos merecido. Sólo que cada cual es dueño de sus circunstancias y de sus actos, de su presente, de sus decisiones, y lo que hicieron nuestros antepasados, suponiendo que hicieran cosas malas, desde la prehistoria hasta la guerra civil, no todo es culpa nuestra y quizás tampoco fue culpa suya del todo. Somos descendientes pero no herederos aunque intentemos comprender cosas que miradas desde hoy pueden parecer incomprensibles. Aquello del pecado original ha generado muchos malentendidos.

Otro tema recurrente es la educación. Hoy mismo leo a una profesora admirable, experta en el Islam, recordando convencida que la educación y todo eso son lo mejor contra el fanatismo, santa inocencia. Ha habido fanáticos muy cultos, Alemania ha tenido muchos, filósofos y profesores incluidos, y pongo este ejemplo porque siempre es más fácil ponerse de acuerdo contra los nazis que contra los estalinistas. Concepción Arenal aseguraba que dónde se abría una escuela se cerraba una cárcel, dichosos los tiempos en qué se podían creer esas cosas. Precisamente el acceso a la cultura nos permite darnos cuenta de qué la educación, incluso la buena educación, no nos garantiza nada de nada. Algunos de esos terroristas del presente han nacido ya en países de occidente, han ido a escuelas de todo tipo pero democráticas, de las que cultivan eso que llamamos valores. La gente de mi generación asistió a escuelas bastante lamentables, españolistas unionistas, católicas y rancias, incluso fue de excursión con la OJE o la Sección Femenina y, por suerte, de allí salió de todo y no sólo fascistas creyentes ni amas de casa sumisas.

Muchos corruptos de hoy en día asistieron a buenísimas escuelas, como esos hijos corruptos de determinados políticos hoy en cuarentena,  dónde se hablaba, me consta, de generosidad, amor a la humanidad, honestidad y de cosas así. Incluso fueron boy scouts en su tiempo de ocio. Los hermosos valores cristianos han producido grandes perversiones lo mismo que el comunismo o el anarquismo pero las ideas no tienen la culpa de nada, de entrada, sino sus interpretaciones malas o más bien la realidad en la cual se encarnan e interpretan por parte de personas de todo tipo y condición. Es fácil culpar al otro, identificar a un grupo y pensar que allí está el mal y que muerto el perro, muerta la rabia. Al menos en una gran parte de occidente hemos mejorado algo, después de la bestialidad de la segunda guerra mundial, claro, pero nada es eterno, todo es frágil. Ya no existen las grandes seguridades, aunque eran también un espejismo.

Alguien hay, de vez en cuando, que sabe algo de algo, como Loretta Napoleoni, que explica cosas como las fuentes de financiación de esos grupos. Las grandes proclamas de nuestros políticos obvian el tema, no entran a fondo en eso del negocio de las armas, de su tráfico,  del petróleo al precio que sea, es ese un tema espinoso del cual se habla casi siempre a nivel retórico, sin concretar. La condena retórica a la publicidad del Barça no provocó ningún boicot que, por ejemplo, consiguiese que el estadio se vaciase con motivo de algún partido importante. La publicidad y el fútbol son intocables, cuando hubo el atentado del tren de Atocha pararon todos los programas de la tele con excepción de esas dos fuentes de ingresos, què hi farem.

Es posible que todo eso dé alas a la nueva extrema derecha, otro peligro latente, es fácil pasar de malo a malo, en tiempos difíciles los extremos se tocan y la gente moderada no suele tener mucha audiencia porque hay un clamor popular movido por proclamas populistas que exige soluciones rápidas y expeditivas. Esas soluciones drásticas son inquietantes porque acaban con aquello de que Dios -o la República- ya escogerán a los suyos en el etéreo Más Allá, celestial o terrenal. En esa Francia tan admirada y mitificada tuvieron que acabar con Robespierre para que ese señor no dejase todos los títeres sin cabeza de forma masiva y expeditiva. 

Viviremos en el riesgo, y aún gracias que en en nuestro contexto podemos hacerlo con una cierta comodidad, a pesar de la crisis y qué en esas escuelas públicas y democráticas de nuestro tiempo, tan diversas en su contenido infantil como el propio mundo, parece que todo funciona bastante bien. Qué después de la escuela la gente se haga adulta y siga su propio camino, a veces extraño, violento, equivocado, autodestructivo, es imposible de controlar y prevenir. Claro que todo tiene cierta relación, pero no siempre a nivel escolar. Qué los jóvenes encuentren trabajo digno y esperanza es otro tema, difícil de resolver. Y es que más allá de la política de cartel electoral no sabemos nunca del todo quién manda, aunque a veces, con el tiempo, se llega a saber alguna cosa del pasado pero ya todo ha cambiado y esas verdades póstumas tienen poca relevancia.

En el fondo, volviendo a Schmidt, todo es tan impreciso como la ciencia médica, que hoy ha substituido en parte a la religión, con sus dogmas. Nadie nos puede asegurar que si llevamos una vida sana, no fumamos ni bebemos y todo eso no tengamos cáncer ni muramos rabiando y de forma prematura. Mejoraremos en algo, mejorarán las estadísticas, esa biblia de nuestro tiempo, y quizás vivamos, si tenemos suerte, algunos años más de los que vivieron nuestros padres, pero de ninguna manera seremos inmortales ni habremos alcanzado la eterna juventud. La naturaleza humana es como es, imprevisible, frágil, manipulable. Un misterio, todavía. Hemos de vivir con el riesgo, ya sea individual o colectivo y, si podemos, sin hacer mal a nadie, como decían mis mayores, con una divisa simple y clara, aquello de el que no vulguis per tu, no ho vulguis per ningú. La regla de oro.

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