viernes, 13 de julio de 2018

SOBRE LA FRAGILIDAD DE LAS RELACIONES HUMANAS

Resultat d'imatges de UNA HISTORIA VERDADERA

En la inolvidable película Una historia verdadera el protagonista, interpretado por Richard Farnsworth en el papel de su vida que, además, fue el último, un anciano emprendía un largo viaje para reconciliarse y visitar por última vez a su hermano, con quién hacía años que no se hablaba. En el emotivo reencuentro los dos admitían no recordar por qué se habían peleado.

Las personas, en general, nos movemos entre la necesidad de individualidad y la de relaciones sociales. La soledad puede ser una carga o una elección, claro. El paso de los años se lleva por delante a personas con quiénes hemos compartido más o menos vida y por eso la vejez tiene su carga de soledad añadida. Las relaciones  humanas son frágiles y contemplamos con sorpresa como acaban mal buenas amistades, parejas que parecía sólidas y enamoradas, familiares que compartieron fiestas entrañables.

A nivel colectivo pasa algo parecido. Existe un nivel de convivencia sostenible, con sus más y sus menos. En algún momento, fomentado en general por intereses o por grupos políticos inquietantes, nuestras dificultades de relación aumentan, se añade gasolina a los fuegos poco relevantes y las cosas pueden estropearse en cuatro días y generar tragedias colectivas que suelen afectar a aquellos más inocentes y pacíficos, incluso.

En los pueblos pequeños se percibe todavía más la dificultad de relación, hay familiares que no se hablan desde no sé cuando. Durante la guerra civil y después hubo más crueldad en las pequeñas localidades que en las ciudades grandes. Un tema recurrente es el dinero, las herencias, todo eso. Aunque el recuerdo se hubiese perdido, muchos aspectos relacionados con la guerra civil tenian sus orígenes en las mal resueltas guerras carlistas, siempre mal explicadas, quizás a causa de su complejidad y de las cuales sabemos casi más por la literatura que no por los manuales al uso. 

La tendencia al enfrentamiento creo que es innata, ya en el parvulario te encuentras con peleas por tonterías, con envidias, con chivatazos absurdos. Las tensiones que produce el enfado hacen que se añore un tiempo pasado, mitificado, en el cual las cosas eran de otro modo. Siempre existe un tiempo fraternal, situado en un impreciso pretérito, la gente se ayudaba, era solidaria, educada y respetuosa. Ese tiempo idílico no existió nunca o fue muy breve y débil. 

A nivel individual cuenta mucho el carácter, y en el carácter hay mucha genética. Hoy las familias no suelen ser numerosas y no se puede comparar tanto pero, por ejemplo, en casa de mi padre, en un pueblo, eran once hermanos y una parte de ellos se parecía al padre, pacífico y tranquilo, y la otra a la madre, con un genio vivo y algo violento. Dos no se enfadan si uno no quiere, se decía. Y es cierto, sin duda. 

Siempre hay temas conflictivos que sabes que con determinadas personas no puedes tocar pero la gente no siempre es capaz de no hablar de ello. Uno de muy importante, claro, es la política. En mi casa siempre contaban las encendidas discusiones de antes de la guerra entre mi abuelo, más bien de inzquierdas, y una prima suya, conservadora y más bien de derechas. Una de las muy relativas virtudes del tiempo de la dictadura, según algunos familiares, era que no se hablaba de política, por razones obvias, y se evitaban aquellos debates encendidos que podían acabar siendo enemigos para siempre. Otro tema espinoso era la religión y hoy, claro, en Catalunya, el tema identitario.

Se habla mucho de diálogo pero lo cierto es que hablando la gente no se entiende,  a veces vale más no hablar tanto. En todo caso se pueden llegar a compromisos, a pactos, a resignadas convivencias, a nivel personal, familiar, político. Es difícil que nos hagan cambiar de opinión cuando en nuestras certezas se amontonan muchas cosas, la historia personal, sentimental, las lecturas, las amistades, la colectividad. La historia es interpretable, no es una ciencia exacta y los hechos dependen de como los miremos y entendamos en cada momento. Nosotros también cambiamos y para relativizar hace falta tiempo y cuando entiendes algo ya eres vieja. De joven todo parece blanco o negro e incluso estaríamos dispuestos a morir por ideales etéreos. O queremos creer que es así.

El protagonista de Una historia verdadera se suicidó el año después del estreno de la película. Tenía un cáncer terminal, no es lo mismo ese tipo de suicidio que el de un joven, claro, aunque en ese tipo de cosas se suele generalizar excesivamente. Cuentan que no le gustaban ni la violencia ni las palabrotas y por eso aceptó el personaje, en esa larga y poética historia crepuscular y luminosa, la historia de alguien que quiere morir reconciliado pero no con Dios, como nos predicaban antes, sinó con su hermano.

Para no tener que emprender largos viajes de reconciliación mejor no pelearse ni dejar que las discusiones lleguen al límite. Con nuestras amistades y conocidos mejor dejar de lado, de momento, aquello que puede resultar espinoso e inquietante. Sólo tenemos una vida, dura poco y vale más evitar disgustos, si se puede. Sorprende la capacidad de violencia de los seres humanos en determinadas circunstancias pero debería sorprendernos  más la capacidad de vivir en paz de vez en cuando, incluso, en ocasiones, durante períodos relativamente dilatados en el tiempo. 

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