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miércoles, 29 de octubre de 2014

MEDITACIONES FUNERARIAS POSTMODERNAS




El sueño del caballero, Antonio de Pereda.




Ruta turística por el cementerio de Poble Nou, con apariciones incluídas. Fotografia de Anthony Coyle, publicada en El Periódico.




(...)


Y eran los difuntos harina de otro costal. 
Nos daban la tumba fría, con fosas de corral. 
Aquellos fuegos fatuos mostraban con su luz 
que tu pobres restos aún gozaban de salud. 
Ahora te incinerán y te acabas de una vez. 
¿Quién guarda tu urna toda su viudez?
Varios amigos míos se quieren disecar. 
Nada de cenizas dispersas por el mar. 
Eso no lo he probado, pero estoy de su lado. 
Me imagino que 
más de uno se fue 


Viento negroluna blanca,
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo
da un azul iluminado
de abajo, al romanticismo
de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas
—¡campanas que están doblando!—
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto por la luz
agria de las calles; llamo
con todo el cuerpo a la vida;
quiero que me quieran; hablo
a todos los que me han hecho
mudo, y hablo sollozando,
roja de amor esta sangre
desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero
tener corazón, y brazos
infinitos, y sonrisas
inmensas, para los llantos
aquellos que dieron lágrimas
por mi culpa!
...Pero ¿acaso
puede hablar de sus rosales
un corazón sepulcrado?
—¡Corazón, estás bien muerto!
¡Mañana es tu aniversario!—
Sentimentalismo, frío.
La ciudad está doblando.
Luna blanca, viento negro.
Noche de Todos los Santos.

Juan Ramón Jiménez (Viento negro, luna blanca)

Se acerca el día de Difuntos, ya identificado con la fiesta de Todos los Santos. La muerte sigue siendo un drama irreversible a pesar de los muchos adelantos que han hecho que la esperanza de vida, incluso en países pobres, se haya dilatado. En la sociedad occidental hemos llegado a muy viejos, seremos tantos viejos y viejas vivos o medio vivos que ya se protesta del exceso, sin tantos viejos la crisis econòmica remitiría y el dinero podría dedicarse a capas de la población que todavía se encuentran en su esplendor vital. Incluso con eso del referéndum escocés se ha achacado a los votos de los viejos el resultado, he aquí que el voto, antaño sabio y responsable, de la gente mayor, hoy es un voto casposo que, según he leído esos días, ha condicionado la ilusión de la juventud. Una juventud que cada día accede más tarde al mundo laboral, a la independencia económica, por cierto. Los viejos, muchos de ellos al menos, tienen hoy, gracias a Dios o a lo que sea, su paguita, mejor o peor, y pueden paliar la situación de sus descendientes en caso de problemas diversos. Puede ser que por eso no han tocado demasiado, de momento, nuestras pensiones. La gente que hoy es de clase media, más bien baja, pero que fue de clase humilde y quizás pobre o marginal, vio como se iba de peor a mejor. Trabajó desde muy joven, algunos desde niños, como ocurre hoy todavía con la infancia de tantos países dónde vivir es un riesgo absoluto. Por cierto, hoy la palabra viejo es casi un insulto, somos mayores, de la tercera edad, séniors y unas cuantas chorradas más para no llamar a las cosas por su nombre.

Después de la vejez viene la muerte, eso si es que has llegado a viejo. La muerte asusta y todavía más lo que la envuelve, enfermedad, decadencia, sufrimiento. La mitología sobre la muerte ha contado con el recurso del humor negro, una defensa inocente. Parece ser que incluso con el tiempo la muerte se podra neutralizar, los que tengan dinero incluso pueden llegar a ser inmortales, yo ya no lo veré, claro. Una inmortalidad llena de medicamentos, operaciones de estética, tratamientos de todo tipo. Vanidad de vanidades. Resulta que ya no inspiran miedo, al menos por aquí, las divinidades justicieras y que queda poca fe en aquel cielo idílico a dónde ir si eras bueno y obediente. Los infiernos están en nuestro vecindario. Las calderas de Pedro Botero se utilizan para hacer cocina de categoría, para ganar estrellas Michelin. 

De la frivolización inevitable de la muerte ha surgido el negocio moderno. El negocio de la muerte ha existido siempre, la gente quería tumbas, entierros dignos, para ello incluso personas modestas se pagaban un seguro, los nombres de entidades como El ocaso remiten a sus orígenes. Cuanto más dinero, mejor entierro. Más curas, más misas, más caballos, mas acompañamiento. Quién no ha fantaseado en alguna ocasión con sus funerales, religiosos o laicos? La gente que puede y conoce su fin cercano a veces deja escrito lo que quiere, poemas bonitos, música evocadora. Todo se moderniza. Los cementerios también se han reconvertido, en esta fiesta de Difuntos de 2014 ofrecen música clásica, talleres para niños, altares mejicanos, rutas turísticas. Las rutas turísticas por cementerios tienen mucho éxito, incluso se hacen de noche. Ir de noche a un cementerio es un clásico de los cuentos de miedo. La incineración ha acabado con la visión horrible de los cuerpos descompuestos y ha relativizado aquellos miedos ancestrales a ser enterrado vivo, por ejemplo.

Las funerarias consiguen que los cadáveres ni lo parezcan. Los tanatorios son como hoteles de pago, están muy bien, evitan a la gente el desfile de  tantos parientes, conocidos y saludados por casa, la noche en vela rezando rosarios, el contraste entre la pena de unos y la juerga, incluso, de otros. Al menos en el tanatorio quién quiere hablar y reir con el conocido que hace tiempo no veía puede salir fuera de la sala de velatorio, ir al bar. Se ofrecen cosas surrealistas para recordar a los difuntos, diamantes hechos con resto de su pelo, envío de las cenizas a la estratosfera, cosas cada vez más sofisticadas para que ni tan sólo después de la muerte lleguemos a ser iguales del todo. No me parece toda esa parafernalia actual mejor ni peor que la de otras décadas, la verdad. A menudo nuestro tiempo parece peor que el anterior y a veces lo es pero, en general, y en lo que se refiere a mi experiencia personal e intransferible, hemos mejorado bastante en muchos aspectos.

De momento seguimos muriendo y si hemos llegado a viejos en un estado sostenible, aunque esa sostenibilidad siempre es temporal, podemos considerarnos privilegiados. El ser humano no suele estar nunca satisfecho con nada. Mi querido papá, en paz descanse, a veces lamentaba haberme traído al mundo, a esa España con tantos defectos estructurales y, según él, siempre atrasada. Hija mía, debías haber nacido en Suecia, en Dinamarca. Yo le objetaba que podía haber nacido en la Índia, en algún país de Àfrica, en el Yemen, dónde mi situación hubiese sido mucho peor y a eso no sabía ya que objetar. Siempre hay alguien que está peor y parece que eso consuela. Incluso en el mismo lugar dónde se nace, por casualidad y genética, todo depende de la familia a la cual vas a parar, del entorno, de la situación política y social del momento, situación que puede variar a mejor o a peor.

Estamos tan vivos cuando estamos vivos que nos creemos, a veces de forma casi inconsciente o subconsciente, inmortales. Cuando mueres, durante un tiempo, se te recuerda, te reconocen en las fotos, hablan de ti, pero también quiénes te recuerdan morirán y al final serás una sombra y será cómo si no hubieses vivido. Y sin embargo resulta muy difícil poder relativizar las cosas que nos preocupan y que no son realmente graves, contempladas en perspectiva. Hay que vivir, comenta un personaje de Buero Vallejo en aquellas inolvidable Historia de una escalera. Esa es la miseria, que hay que vivir, le responde otro. Poca gente quiere morir si no es que se sume en una depresión, depresión que puede tener muchas causas. Del suicidio se empieza a hablar un poco más, sin tanta tontería, pero todavía se habla de él de forma general, sin matices, como pasa con temas inquietantes como, por ejemplo, la prostitución. El suicido se condena y también se mitifica. Todavía el suicido voluntario, lúcido y asistido no es posible a nivel general en nuestro país. Una lástima. No es tan difícil entender que a veces se quiera morir, sobre todo cuando ya se ha hecho en esta vida lo que se tenía que hacer y se han perdido seres queridos, como fue el caso de personajes como Sandor Marai o Charles Boyer. Otra cosa son los suicidios de gente joven, claro. La religión y sus condicionantes ha contribuído a hacernos creer que no éramos dueños ni de nuestra propia vida, aún menos de nuestra propia muerte. 

Los suicidios inexplicables responden a motivos que a veces se nos escapan. Hace poco tiempo supe del suicidio de un joven de la edad de mis hijos, casado, también él con hijos, con unos padres y hermanos cariñosos que quisieron protegerlo, sin éxito, de una campaña de acoso laboral bastante bestia. Podía haber dejado aquel trabajo, reflexionar, buscar apoyo en sus amigos y parientes. Sin embargo no fue así y acabó con su vida de forma prematura. En esos casos es como si la persona hubiese muerto de una enfermedad, aunque sea una enfermedad mental, en el campo del cerebro todavía somos casi analfabetos. Se habla mucho de prevención, algo hay que hacer y hablando y tomando medidas que a menudo son poco efectivas, como en el caso de los maltratos, nos parece que hacemos algo. El ser humano intenta buscar como evitar el mal, el físico y el espiritual. Por eso se cree, de buena fe, que si haces una vida sana tendrás una larga vida y una buena muerte. Vanidad de vanidades. Somos frágiles y limitados, qué le vamos a hacer. Enviar nuestras cenizas a la estratosfera es un gasto inútil, vale más que el dinero se emplee en ayudar a los vivos aunque considerando que la muerte y todo lo que la acompaña genera muchos puestos de trabajo y un cierto negocio que, por cierto, siempre tiene materia prima, muriendo también ayudamos al sector. Todo es relativo.




jueves, 24 de diciembre de 2009

El fantasma de las Navidades pasadas



Resulta imposible desprenderse de la carga emotiva que se acumula en estos días. En mi blog en catalán comenté la emoción que producía, en la época dorada de los tebeos, la publicación de los almanaques, llenos de anécdotas, pasatiempos, historietas especiales. Los establecimientos humildes de mi barrio regalaban calendarios, en diferentes modalidades, una de más artística y otra más atrevida, con señoras en bañador. Los basureros, faroleros, serenos, vigilantes y tantos otros pasaban por las casas, subiendo y bajando escaleras, para traernos sus postales con las décimas habituales y recoger un aguinaldo muy, muy modesto.



Durante muchos años nos enviábamos postales, muchas. Hoy la postal en cartulina la envían sólo las empresas, los grandes almacenes. En general se felicitan las Pascuas virtualmente, por internet, o por teléfono.   Las postales navideñas de mi infancia, en general, eran clásicas, reproducían cuadros famosos, estampas habituales. Ferrándiz revolucionó el tema, con su colorido y sus divertidos angelitos. Pero también Ferrándiz pasó de moda, se consideró demasiado infantil e ingenuo y llegó la modernidad a la iconografía navideña, con postales abstractas y vanguardistas. Las modas nos hacen ir por donde quieren, desde los zapatos al peinado, no podemos escaparnos de su influencia. Lo que parece original acaba por hartar, así somos, nos guste o no. En mis tiempos infantiles no había árboles de Navidad, se consideraban protestantes, pero Papa Noel y el árbol acabaron por imponerse, incluso por convivir con los Reyes Magos y, en Catalunya, con el Tió, ese tronco que se va alimentado hasta que se le zurra la noche de Navidad y nos ofrece regalitos diversos y golosinas.


He leído que al pobre Papá Noel lo encuentran, ciertos estudios, un mal ejemplo. Es obeso, conduce de forma arriesgada... Vaya, espero que no se metan con los Reyes Magos, ya que en el fondo son unos aristócratas seguramente capitalistas, que van en camello mientras sus esclavos van a pie y les llevan el equipaje. Todo es posible en este mundo que cada día nos sorprende, a veces de forma agradable y otras, mucho más numerosas, con malas noticias o con sublimes extravangancias. Yo tuve manía a Papá Noel cuando la gente fina que quería ser moderna empezó a celebrar la noche de Navidad al estilo peliculero, con la excusa de que los niños tenían más tiempo para jugar si se les hacían los regalos en Navidad. Los mayores siempre tomamos como excusa a los niños cuando queremos justificar nuestras manías. Lo cierto es que una de las mejores cosas del ciclo navideño es la excitación que produce la espera de la noche de Reyes, la gran traca final de las fiestas. Bueno, he aprendido a convivir con el árbol que las monjas nos decía que era protestante, com el obeso papa Noel de estética cocacolera y con muchas cosas más, en un mundo tan permeable no se le pueden poner puertas al campo ni a casi nada.


Estos días siempre me viene a la cabeza el pobre Míster Scrooge, el personaje de Dickens, de cuya historia se han hecho tantas versiones. Incluso cuando era adolescente nos pasaron en la escuela una en cine muy antigua, en blanco y negro, tremebunda y evocadora, que me impresionó bastante. Es una historia maravillosa, de redención y arrepentimiento, que siempre tendrá éxito porque toca nuestra fibra sensible y hace referencia a esas Navidades pasadas, presentes y futuras.  El fantasma de las Navidades pasadas siempre viene a visitarme y me trae, como a todo el mundo, un montón de recuerdos de todo tipo. El exceso de mitología es un peso enorme, y en estos días se concentran toneladas de sentimentalismo, alegría, tristeza, nostalgia, melancolía y también sentido crítico, las navidades también han concentrado mucha hipocresía, consumo, frivolidad. Otro clásico de ficción de mi mitología navideña es Plácido, aquella película inmensa, con un Cassen en estado de gracia. Debería ser obligatoria pasarla en Navidad, además de Qué bello es vivir o la conversión a la bondad del viejo Scrooge.