viernes, 8 de febrero de 2008

Del pasado -más o menos- próximo



El miércoles estuve en una charla, con cena vecinal incluida, del profesor Josep Fontana, muy interesante. En alguna otra ocasión me había parecido que el señor Fontana hacía una interpretación excesivamente marxista de la historia, cosa que es frecuente en personas progresistas de su generación, pero he de confesar que en este caso la charla resultó absolutamente ponderada y muy interesante. De la transición hace ya muchos años, pero los años, cuando te haces mayor, no los percibimos de la misma forma que durante la juventud, o la infancia, cuando diez, veinte años son toda una vida. Es ahora que me doy cuenta de qué próxima estaba la guerra civil, todavía, de la vida de mis padres y abuelos en los sesenta. Alguno de mi edad comentó, en la cena, provocando una cierta hilaridad, sobre todo porque lo decía en serio: y de eso hace cuatro días...

La transición está ligada a mi juventud. Haber vivido una situación no quiere decir que conozcas nada más que tu propia experiencia, íntima y personal. Las personas vivimos, amamos, nacemos y morimos, a pesar de la historia pero sufriéndola, de hecho. La transición ha hecho derramar mucha tinta y todavía hará derramar más, quizás no tanta como la guerra civil, porque el componente heroico y trágico es más reducido. Me conmovió el desengaño de Fontana ante la renuncia vergonzante de los líderes de izquierda viendo la evolución política del momento, renuncia que no comportaba, y ese es el drama, un discurso que admitiese tener que renunciar, de forma temporal, a tantas cosas, pero con la intención de recuperarlas más adelante. Desengaño, creo yo, que se podría hacer extensivo a tantos militantes clandestinos que recibieron más o menos palos durante la época precedente, pero que tampoco supieron ni quisieron –esa es mi opinión- recuperar el afán de lucha anterior y darle una coherencia efectiva y una estructura sólida después..


El desengaño del señor
Fontana al ver que quien dirigía el cotarro era don Santiago y que el resto eran cuentos fue el que sufrimos y sufrieron, a niveles más pedestres, mucha gente, cuando vimos como muchos luchadores y luchadoras de gran coraje se iban colocando en lugares de trabajo generados por la situación, en los comederos, vaya. A nivel menos cruel, era el desengaño de tanta gente de después de la guerra, cuando se dieron cuenta de que muchos de los que los habían empujado al desastre huían rápidamente, cambiaban de chaqueta o tenían acceso a exilios mucho más cómodos que los del resto. La transición olvidó los ideales republicanos de los inicios de la República –porque muy pronto se degradaron-. Y no los hemos vuelto a recuperar, ni tan sólo en cuestiones, hoy tan controvertidas, como la educación, cuando tan sólo sería necesario leer un poco lo que se hacía y se quería hacer en las escuelas y Normales, en aquellos tiempos, para solucionar muchos de los problemas que generan tantos estudios, y tantos, claro, lugares de trabajo para expertos estudiosos del fracaso escolar e hilvanadores de leyes futuras y propuestas varias.


Suárez, Arias, Fernández Miranda,
Díez de Ribera, López Raimundo, Fraga, Carrillo, Reventós, Tarradellas... aquel pasado se ha llenado ya de sombras y fantasmas. Intuimos, sabemos de alguna manera, que nada fue como nos lo contaron, como tampoco lo fue la guerra civil, ni tan sólo, o todavía menos, l’onze de setembre, la guerra dels segadors, la época de Jaime I o la Reconquista... La verdad, como el agua, se escapa por los cestos y las grietas y queda poca cosa, aquella que el presente quiere que permanezca fijada como historia oficial, hasta que nuevas interpretaciones, siempre interesadas, iluminen nuestra supuesta ignorancia.


Ante preguntas tipo ‘qué habría pasado si...’ o ‘podía haber sido de otra manera?’, Fontana insistió en el hecho, aprendido a lo largo de los años, de la imposibilidad absoluta de prever y profetizar. Aprovecho el tema para reivindicar que el Poble-sec reconozca, de alguna manera, el trabajo del profesor Josep Fontana, vecino de nuestro barrio durante casi setenta años. Me parece extraño –aunque no tanto, analizando la cuestión en su contexto- que cuando se pensaron nombres para la biblioteca no surgiese el de él ni el de otros, todavía y felizmente vivos, y fuésemos a remover en el más remoto pasado de la guerra, aunque
Boix sea también un personaje que era necesario recuperar del olvido, claro. Hoy, como suele pasar, es más habitual y sencillo remover la memoria histórica anterior que no la más próxima. Hay menos testimonios vivos que puedan rebatir aquello que se dice y conviene decir.

2 comentarios:

Martín dijo...

Saludos. Yo respeto y me "conmuevo" como usted, estimadísima doña Julia, con las lamentaciones serenas, pero me resulta muy difícil hacerlo cuando además de serenas, y sinceras, son tan, tan, tan resignadas y carentes del más mínimo atisbo de autocrítica, de reformulación -no necesariamente abandono -de unas tesis que el presente inmisericorde desvela en todo su abrumador y ¿aleccionador? fracaso. Pero claro, será que yo soy muy joven para entenderles a vd o al profesor Fontana. En fin, supongo que nunca es tarde para entender. Habrá que hacer un esfuerzo ¿no? Atentamente,

Júlia dijo...

Apreciado Martín, puede que yo le haya dado esa impresión, le aseguro que por lo que respecta al profesor Fontana, que de resignadas y poco autocríticas, nada de nada. Precisamente es una persona que ha conservado intactos sus ideales y convencimientos en muchas cosas, por cierto.

Me recuerda lo que yo decía a mis mayores en mi ya lejana juventud, cuando opinaban con la misma -o aún más amarga- resignación, sobre la guerra civil.

Creo que para contar batallas de la abuelita hay que ser abuelita, es difícil ponerse en el lugar de un viejo o una vieja cuando se es joven. Al revés, no tanto, porque se 'fue' joven.