Escuché hace unos días por radio a las Hermanas Serrano en la actualidad, recordando sus éxitos de los cincuenta y tuve un ataque de nostalgia. Tuvieron una carrera breve, pero grabaron el primer disco de música ligera en catalán de después de la guerra y yo tarareaba de pequeña su Mandolino de Texas y aquello de ola, ola, ola, ola, no vengas sola, ola, ola, ola, ven con mi amor... Me vino a la cabeza todo un mundo infantil imitando artistas ante un espejo, celebrando fiestas con familiares que ya no existen, recitando poesías subida a una silla.
Las Navidades nos traen esa melancolía especial, añoranza, autocompasión, ternura. A pesar de las muchas tonterías que hacemos durante esos días, (compras excesivas, regalos absurdos, felicitaciones vacías de contenido), no nos podemos escapar del ambiente, muy pronto, en nuestra vida, ligado a recuerdos familiares, a personas que nos han dejado, a fiestas del pasado y a belenes con olor a musgo.
Cuando era joven y estudiaba, una vigilia de Navidad, quedamos en casa de un amigo con un grupo de mi edad. Lo pasamos muy bien y después, al salir, fuimos a pie hasta el metro, pasando por delante de la catedral de Barcelona. En aquella época la feria de Navidad duraba hasta Nochebuena, hacía poco que habían desmontado los tenderetes y el suelo estaba lleno de cartones, suciedad, ramitas polvorientas. En la Rambla había borrachos, prostitutas decadentes y grupos de personas ruidosas. Era un año en el cual empezó a ponerse de moda un vaso con un cordoncito encerado que imitaba el ruido de una gallina y mucha gente iba haciendo ese ruido por la calle. Tuve como una revelación de madurez, había un mundo marginal detrás de la paz navideña, me deprimió la visión de aquella otra Navidad absurda y trágica. Pau Riba tiene dos canciones sobre Navidad desmitificadoras, que hablar de eso, de la otra verdad de la Nochebuena y del día después, cuando ya se han matado los gallos, en la mañana de San Esteban, día, en Catalunya, de hacer canelones con los restos del cocido.
Hay una película inmensa sobre la Navidad real, Plácido, de Berlanga, con un Cassen en estado de gracia. Se ironiza sobre la solidaridad de entonces, con aquellos pobres viejecitos invitados a la mesa de los ricos. Hoy hemos variado la solidaridad adaptándola a los nuevos tiempos, pero sigue siendo bastante folklórica. Hace años se decía que en el futuro no haría falta caridad, ni compasión, ni limosnas, pero parece que no nos escapamos de maratones ni colectas, en estos días. A pesar de todo, de los papanoels de plástico colgados de los balcones, de las lucecitas histéricas y de toda la parafernalia, hay algo mágico que resurge en esos días: los niños, los Reyes Magos, los lazos familiares. Después, lentamente, los días iran alargando sus horas de sol y volveremos a la sagrada vida cotidiana, a la santa rutina que, con los años, me parece mucho más agradable que las fiestas extraordinarias.
2 comentarios:
Hola Júlia, sólo paso a desearte que seas feliz el resto de tu vida que empieza hoy, mientras anhelo la vida cotidiana como tú.
Plácido siempre me ha fascinado, de las de Berlanga y Azcona y de esa época en general, será mi favorita, y, si me apuras, de las demás épocas también.
Besos, Ignacio
Gracias, Ignacio!
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