El verano siempre me ha provocado un sabor agridulce. De pequeña viví muy mal eso de no tener pueblo, ya que muchas compañeras de escuela iban de vacaciones a pueblos lejanos, en abarrotados trenes o en coches de línea baratos, eran generalmente los pueblos donde vivían todavía sus abuelos. La ciudad, con menos turismo que ahora, quedaba solitaria y aburridísima. En alguna ocasión íbamos unos días a visitar a algun pariente y poca cosa más. Y algún domingo por la tarde, a la Barceloneta, en tranvía jardinera a los baños, como decían entonces. Recuerdo que en una ocasión, en la escuela, hace muchos años, un alumno de diez o once años me preguntó de dónde era yo.
-De Barcelona -le contesté.
-¿Y tu marido? -insistió.
-De cerca de Barcelona...
-Pues... ¿a dónde vas de vacaciones, en verano? -exclamó, sorprendido.
Hoy casi todo el mundo veranea, poco o mucho. Hay además un gran número de actividades de colonias o centros diversos para niños y niñas, piscinas, mejores playas y las posibilidades econòmicas han aumentado mucho pero, durante años, un recurso habitual era irse al pueblo de vacaciones. Es lo que hacen hoy, aunque les cueste un esfuerzo, muchos magrebís. Hay quien ha establecido con el pueblo familiar lazos sólidos y allí reencuentra amigos en verano y continua con el viaje tradicional de su infancia, pero también hay quien quedó harto de pueblo y no quiere verlo más ni en pintura.
El verano tiene una cara alegre, pero también una cara nostàlgica. Se paran las actividades habituales, los amigos se van aquí y allá, todo cambia, el calor molesta y según a dónde vas a parar te encuentras con un número excesivo de gente veraneando. El verano va ligado también a su música propia, hortera y pachanguera, entrañable. Hay un tipo de canción del verano romántica, nostálgica y evocadora, con canciones como La mer, Sapore di sale o La plage, que suelen hablar de amores de playa efímeros y algo tristes. Y después existen las canciones de juerga y fiesta, como el repertorio emblemático del gran Georgie Dann, cantante que ha ido reinventado sus looks y que ha envejecido sin perder su aparente inocencia, su aspecto juvenil, algo amojamado, y su eterna sonrisa. Georgie Dann ha sido parodiado, imitado, ridiculizado pero supongo que le da lo mismo o que incluso le halaga el hecho de ser ya eso que llaman un icono. Hace poco, buscando por el inefable youtube de nuestros tiempos me he encontrado con un espacio televisivo donde se burlaban del reciente pacto de finaciación catalán, entrevistando a un supuesto Georgie Dann con pelucón, unos gags malísimos. No me molesta ningún tipo de humor si es inteligente, aunque se metan con mis esencias más profundas y sagradas, pero cuando se hacen chistes malos siento una gran tentación de fusilar a los responsables. El humor es difícil y quema pronto a los que lo practican profesionalmente, ya mi abuelo decía que era mucho más fácil en teatro hacer llorar que hacer reir.
Con todos sus defectos, la musiquilla georgiedanera me trae recuerdos muy precisos de mi vida. Quizá no recuerde qué hacía mientras el hombre llegaba a la Luna o cuando asesinaron a Kennedy, pero sí que recuerdo instantes maravillosos con mi bebé en brazós, bailando en una noche de cámping, mami que será lo que quiere el negro... O sueños adolescentes al ritmo del pijama. O verbenas inefables y románticas con el bimbó de por medio. Y un festival magnífico de la escuela, con un grupo de niños y niñas que nos ofrecieron una coreografía impresionante de la macumba. Y a mis hijos, adolescentes, bromeando, disfrazados, bailando el chiringuito o la barbacoa.
Quisiera que mis referentes culturales fuesen más cultos y selectos, pero son los que son. Esas canciones del verano común nos hermanan y acercan mucho más que cualquier arenga política compartida. Letras que todo el mundo sabe y corea, en instantes alegres que no volverán, en noches de veranos de ayer y de hoy. Así es la vida.
2 comentarios:
Una acertad descripción de nuestros periplos veraniegos. Aún hoy, tras muchos años de capital echo en falta aquellos trenes abarrotados que tú nombras, con 24 horas de viaje, como si uno fuera al fin del mundo, con la ilusión prendida en la solapa pensando en los seres queridos y en los amigos que se ven de año en año.
Los tiempos han cambiado, es verdad, pero con ellos nosotros y nuestra particular forma de ver el mundo. Hoy los viajes al pueblo no están revestidos de aquel misticismo que llevábamos a cuestas sabiendo que, pese a ir al sitio de todos los años, soñábamos con aventuras diferentes que se acrecentaban como gigantes en nuestras mentes. Te agradezco enormemente el relato que ha sido capaz de llevarme a mis años mozos, ya lejanos y gastados, haciéndome recordar el buque insignia de los veranos con aquel Verano Azul que no dejaba de ser un viaje al pueblo de todos los años.
Un abrazo muy fuerte, mi querida Julia.
Gracias, poeta. Feliz verano aunque no sea como los de antes... sobre todo porque nosotros ya somos, ay, algo más viejecitos.
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