Con motivo del centenario de la muerte de Emilio Salgari se está hablando mucho de su horrible y sangriento suicidio y de la carta que dejó a sus supuestos malvados editores, quejándose del trato recibido.
El suicidio es siempre un tema controvertido, que hoy todavía se oculta o se maquilla. No es extraño intuir o suponer que en casi todas las familias normales ha habido algún caso. Todavía existe sobre ese tema un gran tabú y, como en otros temas espinosos como la violencia hoy llamada de género, entrar a fondo en el estudio de los casos individuales y de sus circunstancias, único estudio que me parece realmente serio más allá de las frías estadísticas, resulta absolutamente necesario. Eso si queremos comprender el comportamiento humano, el de nuestra propia especie, tan orgullosa de ser racional y tan poco amiga de considerar la poca distancia que nos separa de cualquier animalillo, grande o pequeño.
Salgari tenía una personalidad compleja, violenta, difícil. Por eso no se puede resumir su atormentada vida considerando que la pérdida de razón de su esposa y el ahogo producido por sus editores, sin más, lo llevaron a tomar su decisión final. También su esposa era una persona extraña i en la familia de Salgari hubo otros suicidios. De todas las enfermedades que nos pueden afectar, las mentales son las menos conocidas y posiblemente muchos suicidios vayan acompañados de depresiones, a menudo sin motivos graves, aunque puede haberlos, o de tendencias autodestructivas diversas, en muchos casos con cierta base genética.
Si los editores codiciosos hubiesen sido los culpables absolutos de su muerte habría que pensar en la gran fortaleza de ánimo que debía acompañar a los autores y dibujantes que en la triste postguerra trabajaban, por ejemplo, en la inefable Bruguera. Claro que no sólo artistas o escritores trabajaban a destajo, sino mucha más gente, como hoy mismo lo hacen personas de todo el mundo, niños incluídos. Si la explotación condujese al suicidio se habrían dado suicidios colectivos muy a menudo.
La creatividad exacerbada va en ocasiones ligada a temperamentos complejos. Los libros de Salgari se leían mucho hace años, de pequeña recuerdo haberlos visto más en manos de adultos que de jóvenes, aunque por extraños motivos, como los libros de Verne, han quedado actualmente reducidos al sector compartimentado y controvertido del libro juvenil. Los personajes de Salgari, Sandokán sobre todo, resucitaron televisivamente gracias al guapo Kabir Bedi, el hombre a quién las damas hispànicas reclamaban, histéricas, un hijo, en su paso por nuestro país allá por los ya lejanos setenta. Bedi fue también el Cosario salgariano en cine. No fui lectora asidua de Salgari, sus libros me parecía más de chicos y aunque hoy parezca cursi admitir tal cosa, porque los temas femeninos han sido injustamente ridiculizados, siempre fui, de jovencita, más de Mujercitas que de Mosqueteros.
De la serie de televisión recuerdo también poca cosa y admito que lo que más me gustó fue la muerte del gran amor de Sandokán, la Perla de Labuán, diciéndole al héroe que el poco tiempo vivido junto a él había valido más que una larga vida mediocre. Muchos héroes de ficción, entre los cuáles el pirata guimeriano de Mar i Cel, se suelen enamorar de hijas de enemigos, a la literatura de aventuras le gustan las complicaciones sentimentales. Lo diferente atrae, hace poco escuchaba por radio un informe sobre el hecho de que ya llegan a más del trenta por ciento los enlaces oficiales entre parejas con uno de los cónyuges procedente de las últimas oleadas immigratorias internacionales. La vida se impone a los tópicos y a las dificultades, que no creo que sean mayores en ese tipo de parejas que en aquellas unidas por lazos culturales más próximos y familiares.
No se había hablado mucho hasta este centenario de la vida y muerte de Salgari. Sin embargo en pocos días he leído y escuchado muchos comentarios sobre su dramático final y esa famosa nota dirigida a los editores despiadados. Todo es bastante relativo, parece que sobre la vida del escritor hubo una especie de discreto pacto de silencio durante años que ocultó su historial clínico y el de su esposa de la curiosidad del público. No soy capaz de valorar literariamente la obra de Salgari, en todo caso merece hoy una relectura desacomplejada. Las aventuras arriesgadas y los héroes valientes nunca mueren del todo. En el fondo, acabamos repitiendo viejas fórmulas en contextos del presente y lo que importa no es contar la misma historia sinó contarla bien y con esa magia extraña que nos convierte en protagonistas de riesgos que, afortunadamente, jamás asumiremos en la realidad. En el fondo preferimos una larga vida mediocre y tranquila que cuatro días de amor intenso junto a Sandokán, no nos engañemos.
4 comentarios:
Felicidades por el post. Interesante y muy bien escrito.
El suicidio siempre es consecuencia de una enfermedad. El instinto de supervivencia es el más primario y el que domina cuando, por lógica, se debería buscar la muerte.
Recordemos a Primo Lévi, que fue capaz de sobrevivir a la experiencia de los campos de concentración nazis y a las penurias de la vuelta a casa a través de una Europa destrozada y cuando su vida era más placentera optó por tirarse por el hueco de la escalera.
Gracias, Jaume!!!
Ana, efectivamente creo que es así en la gran mayoría de casos y que casi siempre tiene una base depresiva profunda pero hay situaciones muy concretas, sobre todo de gente mayor que ha perdido a su familia, o dobles suicidios de parejas ancianas, por ejemplo, en los cuales creo que hay una elección racional muy respetable.
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