viernes, 27 de mayo de 2011

Reflexiones al alba

A veces me despierto de madrugada, debe ser cosa de la edad. Como también suelo ir a dormir pronto no me preocupa demasiado. Me preocupa más notar que me adormezco a cualquier hora cuando estoy en algún lugar público, por ejemplo una charla, una conferencia, una clase teórica. Me acuerdo de gente mayor de mi infancia a la cual le pasaba algo parecido con frecuencia.

La radio nocturna y de madrugada es muy diferente a la de día. Creo que mejor. Mejores programas musicales, mejores debates y también algunos de esos programas vivenciales a los cuales llama la gente para contar sus preocupaciones, sus penas y tragedias, sus alegrías y sus soledades. También, claro, hay de madrugada alguna tontería, como por ejemplo programas de sexo duro donde se dicen cosas que no pueden decirse en horario escolar aunque nadie nos garantiza que los escolares no estén despiertos y con el auricular en el oído a esas horas intempestivas.

Esta mañana, más o menos a las cinco, he escuchado a un hombre joven, que dijo tener cuarenta años y no haber llamado nunca a ningún medio de comunicación. Lo suyo no era tragedia ni comedia, más bien era revelación. Debía dedicarse profesionalmente al mantenimiento, lo habían hecho ir de forma urgente a aquellas horas a la Cerdanya para arreglar una avería con el suministro de agua. La avería había hecho cortar el agua en una urbanización de centenares de casas de súper lujo, deshabitadas la mayor parte del año, con grandes piscinas y jardines que cuidaban empleados. 
-Mi pareja durmiendo en casa y yo aquí, arreglando una necesidad estúpida -decía, más o menos. Aquel trabajo le había hecho meditar sobre lo surrealista de una situación social que se queja en nuestras calles y plazas de un montón de cosas y que posibilita el mantenimiento de esos espacios de lujo, inútiles y deshabitados la mayor parte del año, donde se gastaba más agua en el poco tiempo de uso que en un bloque modesto de pisos durante un año. 

El locutor de la radio no le dio mucha conversación. Le preguntó que cómo se sentia. 'Raro, extraño', dijo el chico. También lo animó, 'bueno, te pagarán el trabajo'. Me pregunto cuanto trabajo inútil genera nuestra sociedad. Tengo una prima que vive todo el año en un lugar de la Costa Brava, una vez también me contaba la extraña sensación de pasear por no-lugares deshabitados fuera de temporada, para ver una o dos luces en un conjunto de centeares o miles de pisos caros y de casitas con jardín. Viajando com el Imserso se pasa por muchos sitios parecidos, pueblos de fantasmas, bien protegidos y vigilados. Algún robo de vez en cuando, poca cosa. Los okupas protestones o los indignados no suelen ir a poblar de ruido y reivindicación esos espacios, cada vez más habituales en nuestra geografía. 

Mucha gente ha viajado estos días a Inglaterra a ver el Barça, gastando mucho dinero en muy poco tiempo. Si el elegido por los dioses  del deporte hubiese sido otro equipo, el Madrid, el gran rival, hubiese ocurrido lo mismo, a vivir que son dos días. Hace unos días actuó Julio Iglesias en el Liceo, con un lleno impresionante y entradas caras, unos doscientos euros o más la mayoría. Pero después protestamos si en un museo nos hacen pagar tres, cuatro euros, como pasa en el Monasterio de Ripoll, donde me explicó la guía que son frecuentes los escritos contundentes en el libro de reclamaciones por esos tres miserables euros.  Los jubilados exigimos descuentos míseros, sin los cuales posiblemente sobreviríamos o malviviríamos igualmente. La edad no debería ser un factor de descuento, ni el número de familiares, sinó la renta baja, aunque con eso también se pueden hacer muchas trampas.

Uf, qué mal estamos, cuantos escritos contundentes en la plaza de nuestro gran pueblo barcelonés, si no estás con ellos estás contra ellos, pero ellos tampoco son un bloque monolítico aunque ahora parezca que existe una gran unidad fraternal, seguro que pertenecen a familias muy diferentes y que se mezclan la chica trabajadora con el niño bonito. En algú momento el humilde vuelve a su barrio y el niño bonito a su piso de lujo y a sus privilegios familiares, como sabían muy bien los pocos universitarios de extracción social modesta de mi época cuando había follón y los guapos se volvían intocables o eran ayudados por conocidos y parientes con influencia mientras ellos pringaban.


Las fraternidades entusiastas suelen acabar mal en muchas ocasiones, más bien por problemas internos que externos, como acostumbra a pasar con los partidos políticos progresistas o los sindicatos luchadores que nacen con un espíritu solidario y entregado para derivar en personalismos extravagantes que atienden más a sus intereses de profesionales de la política que no a construir un discurso coherente y posibilista para afrontar esa crisis que, según dicen, no ha hecho más que empezar. O para mejorar nuestra sociedad de arriba a abajo y de abajo a arriba, pasando por todas partes, ya que los pecados de nuestros dirigentes no son nada más que el reflejo aumentado de nuestras pequeñas y cotidianas corrupciones habituales.

Al fin y al cabo, por mucha protesta callejera que tengamos, la realidad se refleja en las urnas y también en esa gran cantidad de abstención, voto en blanco y voto nulo que cada cual lee como le conviene. A veces buscamos mística y transcendencia con gran e ingenuo afán, recuerdo un profesor que tuve que, de forma realista, al comentar las pinturas rupestres manifestaba que quizá ni tenían trasfondo religioso, ni se dirigían a propiciar la caza ni a simbolizar nada sinó que podían no ser nada más que la muestra del gran aburrimiento hivernal de nuestros antepasados.

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