Imaginaba que estos días en muchos blogs se hablaría bastante de Jorge Semprún, però no ha sido así, aunque me he tropezado con reflexiones interesantes sobre su persona. La razón principal creo que responde a una cuestión generacional, mucha gente de mi edad utilitza poco internet y Semprún pertenecía a un imaginario colectivo algo lejano para los más jóvenes.
No sé la razón pero siempre pensé que no tenía tantos años. Había eternizado una cierta imagen de señor maduro y de buen ver, muy distinta de la que tenía de joven. Llegamos a Semprún, los sesentones de hoy, a través de revistas como Triunfo y otras, revistas magníficas que marcaron el tiempo del tardofranquismo y la transición.
No eran aquellas épocas de grandes viajes para los modestos, pero desde Catalunya no era difícil viajar a Perpiñán, a Ceret, para ver cine prohibido, por motivos políticos o sexuales. Se aprovechaba el viaja para ver un poco de todo. Y es que Semprún fue un prolífico guionista comprometido. Vimos a su alter ego, Ives Montand, en aquella historia algo decadente que era La guerre est finie. Hoy aquellas películas parecen excesivamente discursivas, su valor quizá sea más histórico y político que cinéfilo.
Semprún ha sido uno de los últimos intelectuales, fruto de su tiempo, con luces, sombras y misterios biográficos. Argumentava que para él mismo también su propia persona era un misterio. Lo sedujo el comunismo sólido y despiadado de la época, en un tiempo en el cual, de jóvenes, no habíamos percibido del todo que no era lo mismo ser antifranquista que demócrata. Abandonó el partido, se centró en la literatura, en gran parte de la cual convirtió en ficción su propia vida. El tiempo es un gran crítico y valorará la cuestión desde un punto de vista más objectivo y literario.
Francés, español, decía que su patria era la literatura. Eso de las patrias y las filiaciones produce muchos problemas a los dogmáticos. Felipe González hizo con él un fichaje estrella en cultura que no gustó a todo el mundo, de hecho vivía en Francia y seguro que en España había candidatos al cargo con bastantes méritos. Tuvo sus problemillas con Guerra, un aspirante eterno a intelectual del partido, duró poco en política como suele pasar con las personas brillantes en un contexto en el cual sobreviven y medran los mediocres espavilados, hàbiles en las intrigas habituales. El expresidente Pujol evocava ayer su sensibilidad ante el tema catalán.
Tuvo premios, reconocimientos. Estos días se leerán y escucharan los panegíricos habituals en estos casos. Fue el caso típico de chico de muy buena familia evolucionando a guía espiritual de las izquierdas, nadie le quita el mérito, aunque quizá maquillase su tragedia personal en el campo de exterminio. Nada que decir, era joven y los tiempos, terribles. Creo que con él muere toda una época que ya quizá ni tan sólo existía. Una época de universidades muy minoritarias, de sueños franceses y ansias de libertad política y personal. Los sueños y las admiraciones excesivas producen desencantos que hay que superar para madurar. Hoy no existe ese tipo de intelectual, todo ha cambiado. Se lamenta la decadencia de las humanidades pero la educación llega a todos los rincones y la permeabilidad social es importante. También ha mejorado la situación de la mujer, una mujer que Semprún no acabó de entender en su obra literaria y cinematográfica, cosa que se le recriminó acusándole de una cierta misoginia subliminal.
Descanse en paz.
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