Hace pocos días se cumplieron cincuenta años del estreno de la película El Gatopardo, que es como se tradujo el nombre original, que hace referencia al animal presente en el blasón del protagonista. Sin embargo, parece ser que el animalito es en realidad un serval, una especie de gato salvaje. He visto varias veces esta magnífica película y estoy leyendo por segunda vez la novela. Lampedusa, su autor, murió sin gozar del éxito del libro y, evidentemente, sin haber visto la película, en 1957. Todo ello contribuyó a tejer muchas leyendas alrededor de la historia, de sus personajes, de su autoría.
En Catalunya todavía se tejieron más leyendas alrededor de ese Gatopardo por sus coincidencias ambientales com Bearn, de Villalonga, un libro que se publicó en castellano antes que el de Lampedusa y que hoy es uno de los títulos emblemáticos catalanes porque la historia tiene cosas muy raras, incluso la historia de la literatura. Las relecturas de los dos libros me han hecho ver que son muchas las diferencias más allá de situarse ambos en sociedades cerradas, cambiantes, con una cierta aristocracia resistente, casi feudal, que entiende que nada volverá ya a ser igual que antes. Para más misterio Villalonga fue el traductor de la primera edición en catalán de la novela. Dicen que se tomó libertades diversas pero a mi aquella traducción me gusta, aunque no soy una experta en el tema. La actual es de Pau Vidal y, como la castellana, incluye un largo prólogo con notas y cartas del autor, una documentación que no se conocía hasta ahora.
Recuerdo ciertas polémicas, -en una época en la cual la literatura local generaba polémicas-, sobre si Villalonga conocía la obra de Lampedusa cuando escribió Bearn aunque parece difícil que sea así. Villalonga fue uno de esos grandes personajes incómodos, de las ideas y vida de los cuales se intentó escribir poco, centrándose en su excelencia literaria. Escribió en castellano y catalán, de forma indistinta, y siempre bien, cosa que produce mucha incomodidad a los ortodoxos monolingües de uno u otro signo. Precisamente yo leí el libro de Lampedusa después del de Villalonga, en mis tiempos jóvenes, motivada por la polémica que comento.
El Gatopardo es uno de aquellos caso en los cuales nadie puede decir si es mejor el libro o la película, estúpido debate recurrente, tópico y habitual. Hay diferencias evidentes que se han estudiado y referenciado, pero no cabe duda de qué el espíritu del libro se mantiene y que incluso a veces se mejora, aunque el noble siciliano acabe por ser un alter ego de ese Visconti irrepetible, como admitió el protagonista, Burt Lancaster, en más de una ocasión y que al crear su personaje se centró en la personalidad de su director. Burt Lancaster, dicen, hizo aquí el papel de su vida pero tiene otras interpretaciones geniales, todas ellas muy distintas. Se cuenta que Visconti no eligió a Lancaster, más bien le fue impuesto y el director hizo comentarios despectivos sobre aquella especie de gangster americano, que el actor no tuvo en cuenta. La cosa debió ir bien porque Lancaster repitió con Visconti en Confidencias. El actor fue un hombre interesante, inteligente, que mejoró con los años y la experiencia, de ideas avanzadas y que trabajó en ocasions cobrando mucho menos de lo que debía si el proyecto le parecía de calidad.
En la película, que se recortó en su estreno a efectos comerciales, se hizo alguna concesión romántica, insinuando que el futuro de los guapos jóvenes seria brillante y reduciendo los papeles de la esposa y las hijas del príncipe a poca cosa. Sin embargo en el libro Concetta tiene un papel clave y en una especie de epílogo es ella quién cierra la historia y el pasado, en un último encuentro con Angélica. Concetta debía ser la pareja natural de Tancredi pero malentendidos diversos y el interés económico no lo permitieron aunque él, parece ser, siempre la amó, a la manera, claro, como amaban aquellos caballeros, un año de pasión y treinta de cenizas.
Parece ser que Visconti queria para su protagonista al ruso que había hecho el papel principal en Iván, el Terrible pero éste bebía mucho en aquella época y se encontraba enfermo. Luego se penso en Laurence Olivier, pero tenía otros compromisos. A veces el azar tiene esas cosas extrañas, hoy, y para siempre ya no puedo imaginarme otro príncipe de Salina que Burt Lancaster. Por cierto, en la rancia Escuela Normal de mis tiempos nos ofrecieron unos cursos de cine interesantísimos, en los cuales pudimos ver esa película de Eisenstein, las dos partes, y otros muchos títulos de categoría.
La guapa pareja protagonista, Delon y Cardinale, cumplieron bastante bien, estaban en la flor de su juventud, guapísimos. Delon siempre me pareció un actor limitado pero Cardinale ya era entonces una buena actriz, con un físico extraordinario. Hace poco tiempo escuché a un presentador de televisión hablar con cierto desprecio lamentable de su aspecto actual, cómo si las actrices no pudiesen envejecer con tranquilidad, como todo el mundo. Es lo malo de ser demasiado hermoso o hermosa, siempre te pueden echar en cara lo mucho que has perdido o que tus hijos no se te parecen y son más feúchos.
Las novela de Lampedusa generó un término casi político, gatopardismo, que hace referencia a esos cambios necesarios para mantener el estatus anterior aparentando renovación. Sin embargo, quizás soy demasiado optimista, pero creo que nunca sigue todo igual, incluso con esos maquillajes oportunistas tan queridos por la clase política o por los sectors privilegiados de cada sociedad. A menudo los cambios son lentos y nos hacen impacientar o tienen alguna vuelta hacia atrás, dramática y absurda, molesta o trágica. Sin embargo nada sigue igual o muy poca cosa. El protagonista, en otra frase célebre del libro (la que encabeza este texto la pronuncia Tancredi, el sobrino, aunque a veces se atribuye al tío) comenta que ellos eran leones y leopardos, que después vendrían hienas y chacales y que leones, leopardos, hienas, chacales e incluso ovejas continuarían creyéndose la sal de la tierra. Ciertamente, la especie humana continua teniendo un exceso de pretensiones y eso sí que no cambia. Y eso que la vida pasa y no somos nada, hojas en el viento, como cantaba Machín. Cincuenta años del estreno de esa película y parece que fue ayer.
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