sábado, 6 de abril de 2013

REYES, REINAS, PRINCESAS Y PRÍNCIPES






Un rústico, deseoso de ver al rey, pensando que era más que hombre, despidióse de su amo pidiéndole su soldada. Yendo a la corte, con el largo camino, acabáronsele las blanquillas. Allegado a la corte y visto el rey, viendo que era hombre como él, dijo:
- ¡Oh, que por ver a un hombre he gastado todo lo que tenía, que no me queda sino medio real en mi poder! (...)
( Fragmento inicial de 'La muela y los pasteles', cuento popular recogido por Juan de Timoneda (S XVI) en su libro 'Sobremesa y alivio de caminantes')


A perro flaco todo son pulgas. La monarquía hispánica actual todavía no es un perro flaco pero va en camino de serlo. Jamás he sido monárquica aunque creo que ese tema no es determinante en un país, como puede verse por esos mundos de Europa. Hay repúblicas lamentables y monarquías que no pasan de decorativas y folklóricas, sirven de señal de identidad y todo eso aunque me atrevería a decir que en el presente incluso esas monarquías simpáticas parecen ya flores de otro mundo.

Vivir sorprende. Ves cambios de camisa, de opinión. Mis dudas sobre lo que se cuenta en los manuales de historia y la certeza de que todo es mentira vienen justificadas por el hecho de qué incluso la propia historia familiar nos llega a través de opiniones divergentes. Tengo, por ejemplo, una amiga a quién en su primera juventud abandonó un noviete del cual estaba muy enamorada. Absolutamente convencida me cuenta, a veces, que ella rompió aquella relación porquè vio que no funcionaba. Nos reinventamos incluso a nivel individual, es casi una necesidad esa reinvención. Lo que pasa es que hay cambios de opinión más peligrosos que otros.

Mis padres y su generación vivieron los desastres de la guerra pero creo que lo peor no fue la muerte, el peligro, sinó la constatación por parte de las buenas gentes de la miseria humana, de la crueldad, de la sinrazón y de los cambios de chaqueta oportunistas. Nosotros, aquellos que éramos jovencitos en los sesenta, hemos visto también esas transformaciones aunque en un contexto menos trágico y sangriento. No por ello, claro, menos doloroso, aunque se trata de dolor psicológico y yo siempre he afirmado que preferiría el maltrato psicológico al físico, la verdad, aunque suene muy poco fino.

Se hablaba horrores del príncipe aspirante cuando éste era mudo y silencioso, una sombra al lado de Franco. En los cursillos de maestros progres de mis tiempos corrían aleluyas y chistes crueles en las cuales se le ridiculizaba, le caían los mocos, no sabía hablar. Una profesora de aquellas de la sección femenina con cierto barniz de modernidad y bastante inteligente,  nos aseguró, con motivo del referéndum de 1966, que Juan Carlos era mediocre pero que lo sabía, cosa que resultaba meritoria y que, por lo tanto, se rodearía cuando llegase la ocasión de buenos consejeros. Creo que, a su manera, tenía mucha razón.

Llegó la transición y fue como fue y quizás no podía ir de otro modo. También llegaron los ochenta y la gente que pudo se dedicó a hacer dinero. Entre unas cosas y las otras el rey y su familia cayeron bien a la mayoría de la gente pues en España se valora mucho el talante y la campechanía. Claro que la familia real anterior, doña Carmen, los Villaverde, todo aquel conjunto extraño de personajes eran bastante impresentables y, además, poco simpáticos. A menudo he imaginado, haciendo política ficción, en cómo habría sido todo si aquella familia Franco hubiese tenido cierto carisma, si la señora Polo, sin llegar a ser Eva Perón, hubiese sido algo más campechana. No quiero ni pensarlo. 

Por tener tuvimos incluso infanta catalana que estudió catalán en la institución a través de la cual se había ridiculizado tanto a su real papá. Los políticos de todos los signos, republicanos incluídos, babeaban con el tema y aunque se dijese que el rey era un Tenorio, cosa que entonces se decía en voz baja y no se publicaba, bueno, al fin y al cabo, no hace falta ser rey para eso, también a los políticos no reales de los países más democráticos les ríen las gracias amorosas extramatrimoniales. La legitimidad monárquica, además, siempre ha sido controvertida, ya lo fue la restauración y Isabel II manifestó a su hijo Alfonso XII que lo único borbónico lo tenía a través de ella. Isabel II, acabó exiliada, como Alfonso XIII y el padre de don Juan Carlos no llegó a reinar, como es sabido. La restauración fue un pacto para evitar males mayores, como lo fue la transición. Esos pactos se agotan si no se modernizan y reconsideran cuando hace falta. 

Cómo una es inocente por naturaleza siempre pensé que después de unos años la monarquía se sometería a algún tipo de votación popular. Por cierto, los referéndums eran vistos en épocas pasadas como malos y hoy se consideran buenos. Recuerdo una entrevista muy campechana que dio el rey cuando era joven a una tele extranjera, no sé si inglesa, en la cual insistía en qué con los años se vería el tema y que el pueblo español decidiría su continuidad. Claro que aquella entrevista se emitió en España a horas intempestivas, eso ya debiera haberme hecho sospechar sobre sus virtudes.

Hoy la familia real se ha visto envuelta en un montón de tonterías y en cosas más serias relacionadas con dinero. Eso es lo peor, el dinero. La familia real no sólo debía ser honrada, debía parecerlo. Incluso a veces es más necesario parecerlo que serlo. He oído a a gente manifestar que había votado a determinado político porque parecía buena persona o que había votado a otro porque inspiraba confianza a simple vista. Una vecina de mi madre odiaba a Zapatero porque tenía cara de demonio. Esas absurdas razones nos mueven a veces, incluso el físico cuenta. O el carisma, importantísimo.

Volviendo al desprestigio de la familia real, ha venido convenientemente orquestado, en el momento oportuno y oportunista, por sectores todavía más inquietantes que los monárquicos, sectores aznaristas según cuentan. Es muy posible puesto que cadenas de tele de esas de derechas, tan casposas, se meten mucho con los escándalos principescos. De Guatemala a Guatepeor. 

Me lo creo todo y no me creo nada. Me extraña que con los antecedentes de los últimos siglos el comportamiento de la monarquía y su entorno esté siendo tan miope, tan rancio. También me extraña que gente que hace cuatro días te comentaba lo elegante que estaba Leticia en nosédónde o lo simpático que era el monarca esquiando por ahí como cualquier hijo de vecino hoy se haya vuelto un guillotinador de reyes, al menos de boquilla.

El problema del país no es la monarquía. O no es sólo eso. En los años treinta se creia de buena fe que con la república se arreglaria todo, todo, todo. Hoy, en Catalunya, también hay quién cree que con la independencia se arreglaría todo, todo, todo. Un independentista irrevocable y militante sincero de un partido algo monolítico quería disipar hace algún tiempo mis dudas sobre la cuestión. Yo insistía en qué antes de decidirme por la secesión, en caso de qué fuese viable, quería saber como se organizaría ese supuesto estado perfecto y flamante. Él me decía, convencido, que primero debíamos tener el piso y después ya veríamos cómo lo amueblábamos. Pues bien, yo pienso justo al contrario. No me compraría un piso a ciegas en ningún caso. Aunque mi alquiler sea caro e injusto, quizá soy conservadora, lo admito, pero prefiero seguir cómo estoy hasta que no tenga encima de la mesa los planos de mi nuevo hogar y un informe sobre posibles aluminosis.

Las cosas no son tan sencillas, hemos de cambiar desde abajo, las corruptelas se han convertido en el pan nuestro de cada día pero ese pan está también en la mesa del pobre. Hay enchufes en todas partes, pequeños privilegios, las universidades, los sindicatos, en cualquier sitio los poderes tienden a enquistarse, incluso en las comunidades de vecinos. Si puedo colocar a mi hijo no voy a colocar a otro. Si puedo no pagar lo que sea, qué bien, además presumo de mi inteligencia defraudadora. Si mi tío cirujano me cuela en las listas del seguro, suerte que tengo, que se fastidien los que no tienen conocidos.

En esta juerga constante sobre la monarquía incluso un primo de doña Letizia ha aireado temes personales y familiares. Cada día sale algo y, además, se vende bien. Ay, la familia. Cuesta mucho controlarla y por la familia se cometen debilidades diversas, a los hijos se les perdona todo. A los padres, no tanto. En el fondo los de arriba, reyes y políticos, son un espejo aumentado de los pecados veniales de los de abajo. Si no se tiene esto un poco claro, malament, no anem bé. Lo de la monarquía se puede aplicar también a la iglesia, parece que es el único sitio dónde existen pederastas, por ejemplo. Pero sale un papa campechano, argentino por más señas y ya vemos el cielo abierto. Vivir para ver.

Y claro, además ahora nos permiten reirnos de todo o de casi todo, cosa que explica que un montaje infumable, de mal gusto y lleno de tópicos como eso de La familia irreal tenga tanto éxito en Barcelona. Estoy harta de qué me pregunten si todavía no he ido a verlo, la verdad. Si de verdad fuésemos antimonárquicos incluso ese engendro cariacturesco se boicotearía. 

Y uno de los aspectos humanos que me producen más inquietud es comprobar cómo, aunque sea de forma temporal, todavía tendemos a creer de buena fe que el rey -o el papa, el político, el actor de cine, el héroe patriótico, el cantante de moda, el entrenador del Barça o el presentado de televisión- es más que hombre. O que mujer. Aunque también anima el comprobar como a menudo, después del desengaño, como el rústico con hambre y dolor de muelas, tenemos recursos de picaresca suficientes como para sobrevivir al disgusto.

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