Miro de mañanita el suplemento cultural de La Vanguardia y me tropiezo con un artículo de Enric Alberich sobre la película Expiación, basada en el libro de Mc Ewan. Hablaba anteriormente de la gran diferencia entre los gustos de la gente y, en este caso, he de decir que el escritor no me convence. No puedo decir que no escriba bien, ni mucho menos, ese es el problema. Pero sus libros no me emocionan, cosa que me ocurre con tros anglosajones muy valorados. Del mismo modo, libros que no tiene un gran nivel literario, como algunos de Paco Candel, cuentan con un voltaje humano que me afecta de forma más contundente.
Me regalaron el libro cuando se publicó y lo empecé a leer con afición, pero admito que me aburrió. La unión entre sus partes me pareció forzada. Ahora, al ver la peli, lo he releído y he sentido lo mismo. La película de Wright está bien hecha, bien interpretada, es fiel al libro y se mira con gusto. Tiene el mismo problema que el libro, las partes que la integran no acaban de encajar. Ewan es un autor de culto entre los entendidos. La literatura anglosajona tiene un buen mercado, me pregunto si un libro como este se habría publicado en Catalunya, en caso de que el autor no fuese, ya, alguien conocido y de prestigio. Me temo que no, la verdad.
Alto ahí. Expiación tiene fragmentos literarios magníficos, reflexiones excelentes, pero, como me pasa con otros de este autor, no conecté con él. Toca un tema interesante, la falsa inocencia de los niños, que a veces, de forma consciente o irreflexiva, perjudican a otros. Ayer hablaba del relato de Martínez de Pisón, María bonita, que, en cierto sentido, trata el mismo tema, pero desde un ángulo más próximo. Quizá no conecto con Ewan porque me siento lejos de su mundo. Me ocurre con Auster, también. A veces pienso que tengo cierto resentimiento subconsciente, que me hace rechazar argumentos que inciden en clases burguesas y en sus problemas. Quizá me rebrota una manía antigua a los universitarios e intelectuales de antes, que protagonizaron, se supone, una transición mitificada y explicada como no fue, y tan sólo hace falta leer, en el mismo suplemento de La Vanguardia, a Enric Juliana y sus comentarios sobre la exposición del CCCB. Así se escribe la memoria histórica, que le vamos a hacer. No hay nada que no pueda arreglarse en un futuro, con un buen manual, un buen artículo o una buena exposición. Ya lo decía, un militar, en el momento de una derrota, que una página de libro de historia la arreglaría.
Alto ahí. Expiación tiene fragmentos literarios magníficos, reflexiones excelentes, pero, como me pasa con otros de este autor, no conecté con él. Toca un tema interesante, la falsa inocencia de los niños, que a veces, de forma consciente o irreflexiva, perjudican a otros. Ayer hablaba del relato de Martínez de Pisón, María bonita, que, en cierto sentido, trata el mismo tema, pero desde un ángulo más próximo. Quizá no conecto con Ewan porque me siento lejos de su mundo. Me ocurre con Auster, también. A veces pienso que tengo cierto resentimiento subconsciente, que me hace rechazar argumentos que inciden en clases burguesas y en sus problemas. Quizá me rebrota una manía antigua a los universitarios e intelectuales de antes, que protagonizaron, se supone, una transición mitificada y explicada como no fue, y tan sólo hace falta leer, en el mismo suplemento de La Vanguardia, a Enric Juliana y sus comentarios sobre la exposición del CCCB. Así se escribe la memoria histórica, que le vamos a hacer. No hay nada que no pueda arreglarse en un futuro, con un buen manual, un buen artículo o una buena exposición. Ya lo decía, un militar, en el momento de una derrota, que una página de libro de historia la arreglaría.
Mucha gente joven no se puede imaginar, hoy, la realidad del pasado, durante el cual la universidad era tan minoritaria que, por ejemplo, con el edificio de la Plaza Universidad de Barcelona había bastante para acoger a los estudiantes. Claro que muchos trabajos, como el de periodista, e incluso el de maestro, se ejercía a veces sin título, porque, en muchas cosas, no se hacía pero se dejaba hacer, y el encorsetamiento burocrático era mucho más leve. En aquel contexto, la universidad no podía ser nada más que elitista y la titulitis aun trae cola y aumenta y no sólo eso sino que oficios que se podía realizar con una cierta libertad se van academizando. Hablaba Morán el sábado pasado en el mismo periódico de todo lo que habían hecho pasar al pobre y gran poeta muerto recientemente, porque no era licenciado. De las universidades minoritarias surgieron muchos líderes o aspirantes a líderes, que pretendían salvar a las masas, predicando la revolución, por ejemplo, y que en ocasiones tuvieron un gran éxito. Tales líderes, a menudo, no procedían del pueblo, que ya tenía bastante trabajo para comer caliente cada día. Uno de los problemas del psuc fue ese divorcio entre unos y otros, en el fondo entre pobres y ricos, que se fue haciendo más evidente a lo largo de la transición.
Entre los intelectuales de buena casa, sin problemas económicos, ni de relaciones para encontrar un buen trabajo, porque un euro, no nos engañemos, tiene mucho más poder en manos de un rico bien relacionado que en las de un anónimo ciudadano de barriada, y los pobres no alfabetizados, se extendía un abanico de situaciones económicas y culturales diversas. Había un sector importante de personas con inquietudes culturales, pero sin recursos, con aspiraciones, pero sin títulos ni relaciones. Ese tipo de personas contemplaban con admiración el mundo de los libros, lejano, inalcanzable, si no era a causa de un esfuerzo titánico que comportaba un extraño abandono de la propia clase, como en el caso de Maruja Torres que hace poco presumía, ay, de haberse vuelto una señora del Ensanche. Cuando se mira con cierta perspectiva, los afanes juveniles de muchos intelectuales o aspirantes a serlo, para educar y mentalizar al pueblo resultan patéticos, ingenuos y dramáticos, y ese tema fue objeto, en Francia, de un espinoso debate entre sartrianos y camusianos. Hoy pasa lo mismo, cuando se pontifica des de los poderes culturales y políticos sobre temas, como, por ejemplo, la inmigración, que muchos conocen porque en alguna ocasión han ido a hacer el vermú a la Rambla del Raval o a comprar pegatinas a las ferias de la diversidad. De todas maneras, la permeabilidad social es más grande, afortunadamente, aunque los arribistas siempre han de demostrar lo que valen de forma más contundente, y, si encima son mujeres, aún peor.
Hablábamos hace poco de la entrevista a Castellet. Castellet y Molas son personas que representan toda una época cultural y que, contemplados desde fuera de su mundo, parece que deberían estar satisfechos de su obra, llegaron a monopolizar un cierto mandarinaje cultural, a nivel catalán, claro, que siempre es un nivel limitado. Pero la vejez comporta lucidez, la relativización de las grandes proclamas, la evidencia de los errores, que ya no tienen solución. El tema de fondo de Expiación es también este: por más que quieras, los errores no se pueden arreglar, muchos resbalones no tienen solución, el pasado nunca vuelve. Déu nos en guard d’un ja està fet, decimos en catalán. Para llegar a esta lucidez, por desgracia, hay que ser viejo, porque los años dan una perspectiva que no se puede conseguir de joven y mejoran, en muchos casos, la comprensión o la constatación de la inutilidad de tantos esfuerzos mal orientados. De todos modos, también hay quien se parapeta en su ideología juvenil y en sus tópicos doctrinales y no hay quien le haga bajar del burro ni que llegue a ser centenario, en el mundo hay de todo. Esos incombustibles tienen su público, no ha cambiado nunca, todavía piensa lo mismo, dicen, de ellos, con admiración, cuado, según mi opinión, no cambiar es una extraña actitud vital, a veces cimentada en una manía comprensible de no querer hacer autocrítica de ninguna manera, ni admitir los errores, porque, en el fondo, sabemos que en nombre de la ideología se hacen muchos disparates y se es injusto, incluso cruel. Esto se da a menudo en ambientes de izquierda ortodoxa, porque cuando las injusticias se han cometido en nombre de ideas virtuosas y progresistas son mucho más difíciles de reconocer.Por curiosidad vulgar, tomé de la biblioteca hace unos días el libro que Isabel-Clara Simó escribió sobre su amiga Montserrat Roig, y mi hermano me ha devuelto hace poco la biografía de María Aurelia Capmany escrita por Agustí Pons, que es, según mi opinión, la biografía más interesante y completa de un personaje intelectual contemporáneo catalán, la verdad. Toda esta gente y mucha otra de la época, aunque de deferentes generaciones, conformaban un universo-diverso, que, desde fuera, parecía coherente, sólido. La época, irrepetible, apasionante según como se mire, propiciaba una serie de iniciativas que, desde fuera, parecían aún más excitantes y que por su brillo ocultaban, a veces conscientemente, los defectos de muchos de sus protagonistas, así como la falta de fundamentos estables, cosa que explica el fracaso de tantos proyectos o su poca duración.Cuesta encontrar escritos sinceros, desacomplejados, sobre la época. La objetividad no existe y muchos de aquellos personajes aún viven, o viven sus parientes y descendientes. Hay muchas relaciones de amistad, intereses políticos. Muchas veces, cuando alguien escribe sobre alguien próximo a él o bien da cosas por sabidas, o silencia aspectos, o pasa de puntillas por los aspectos conflictivos, que podrían oscurecer la visión canónica del personaje. O se atreve, también, a lanzar algún dardo envenenado, o a hacer alusiones a alguien de quine no se dice el nombre pero que todos los iniciados, a quienes va dirigido, de hecho, el texto, conocen. Aquí, esta actitud es frecuente y lamentable. Hay muchos elementos del panorama intelectual y político catalán de antes y de ahora que me hacen pensar en qué la independencia no nos mejoraría, humanamente hablando, y es en este sentido que no me siento independentista. Todavía no hemos llegado, y creo que tardaremos mucho, a la saludable elección para un cargo, trabajo, o lo que sea, del mejor, aunque no sea el pariente, ni el amigo, ni el conocido del conocido, ni el compañero del partido. Para hacer eso habría que establecer un sistema de elección abierto, objetivo, valoradle. Eso iría bien, además, para establecer criterios editoriales justos a la hora de las publicaciones, pero ya sabemos que un buen conocido en un buen sitio pesa mucho. Tal y como va todo continuaremos con sistemas que lleven al poder, en todos los ámbitos, al espabilado mediocre, los inefables trepas, y aún gracias si después trabajan un poco. Por suerte, incluso en este contexto, a veces sale alguien que asume responsabilidades, como en aquella película del Judas, que cuando al señor malo le daban el papel de Jesús hacía una radical transformación interior y se volvía responsable y coherente.
Hablar con sinceridad, de forma crítica, sobre nuestros personajes y mitos no me parece peligrosos sinó absolutamente necesario. Las miserias y defectos humanizan, nos ayudan a entender la realidad. Pero parece que precisamos aún de mitologías, los catalanes, los españoles en general, los franceses y el resto del mundo. Otra cosa es el análisis profesional, la crítica literaria que, con contadas excepciones, jamás ha sido objetiva. En el mundo intelectual, como en todos los sectores profesionales, se mueven intereses, antipatías, prejuicios y muchos elementos extraliterarios que estropean el trabajo bien intencionado. Por no hablar de política. O de pedagogía. O de los ámbitos donde todos esos elementos se mezclan y diluyen.
1 comentario:
Recién leí a Mc Ewan, "El placer del viajero" pero fíjate que no me gustó mucho. Quizá necesite leer otro libro de él.
Estaré al pendiente de la película.
Pero estoy ya tomando en cuenta todo lo que escribes.
Auster sí me gusta.
Y tienes mucha razón cuando declaras esto: Las miserias y defectos humanizan, nos ayudan a entender la realidad.
Un placer leerte.
Abrazos.
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