La muerte de Tàpies y la reciente exposición sobre Miró me han llevado de nuevo a reflexionar sobre eso que llamamos arte, aunque las reflexiones las podría hacer extensivas a cualquier otra cosa. Mi abuelo repetía a menudo un refrán antiguo, en catalán, agafa fama i fote't a jeure. No creo que haga falta traducir-lo, hay versiones en castellano de ese dicho recurrente. La fama cuesta -o no- de adquirir pero una vez se tiene, debidamente gestionada, da dinero para vivir cómodamente. Claro que para gestionarla de forma adecuada hace falta también una gran dosis de razonamiento y de inteligencia práctica.
Un tópico muy del gusto romántico incide en el carácter extraño y autodestructivo de muchos genios. Sin embargo, al lado del artista autodestructivo, de vida corta y apasionada, existe y ha existido el artista previsor y pesetero, el buen vendedor, normalmente de origen burgués o de clase media altita, que acaba convertido en un burócrata, en un artista oficial de los poderes públicos que son hoy los mecenas de casi todo. Si no fuese así no se entendería el dinero que mueven galerías y obras de arte actuales y los artistas geniales que han estructurado su obra en medio de discursos sobre libertad, democracia, ruptura y el resto se hubiesen negado a cobrar más, por ejemplo, que un buen albañil.
Claro que todavía no sé qué es un genio. Hay personas que nacen con un don para el deporte, para la música, gracias al cual llegar a ser eso que llamamos genios. Sin embargo también la supuesta genialidad conoce altos y bajos, como la bolsa, y los genios de hoy quizá no serán genios del mañana, de la misma manera que los genios de ayer no todos resistieron igual el paso del tiempo.
Estos días, a causa de la muerte del pintor Antonio Tàpies, he escuchado a muchos expertos comentar aspectos de su genialidad. Creo que esa pintura avanguardista, hoy tan alabada y de las bondades de la cual no puedes discrepar si no quieres ser mirada con cierto desprecio compasivo por aquellos que son sus incondicionales seguidores, guste o no, ya no es moderna, ni provocadora, ni contraria a la burguesía. Es más, creo que con el tiempo, aunque quizá yo no lo vea, se manifestará como un cierto engaño, al estilo de aquel invisible retablo cervantino o del traje del emperador de Andersen.
Las instituciones se han hartado de comprar, a muy buen precio y con nuestro dinero en muchas ocasiones, producciones artísticas de ese tipo moderno, por ponerle alguna etiqueta generalista. El dirigismo cultural que los mismos artistas como Tapies criticaban y rechazaban ha asumido ya esas producciones que fueron revolucionarias y que hoy son tan burguesas y oficiales como aquellas que combatían hace, ay, más de cincuenta años.
No sé todavía, qué es o no es arte. Las definiciones de la palabra, lo mismo que las definiciones de cultura son múltiples y contradictorias. Por no saber no sé ni qué es una lengua, concepto que los nacionalismos grandes, medianos y pequeños parecen entender de forma monolítica y devota. Sin embargo ninguna de las definiciones oficiales de todas esas grandes palabrejas me ha convencido, con los años me he vuelto agnóstica en casi todo. O ya, directamente, atea.
En el fondo todo es política, cosa que no debería ser negativa, al contrario. La política es necesaria para la convivencia y la organización. Una frase brillante de hace años insistía en el hecho de que toda ética tenía su estética y su política. No dudo de qué así debería ser, sin embargo el sistema es capaz de fagocitarlo todo. Cuando las circunstancias son duras y dictatoriales hay un riesgo en enfrentarse al sistema y el arte y la cultura disidente tienen un valor añadido, cuando no es así las cosas no resultan nada claras.
Las universidades y los llamados expertos, a menudo muy brillantes, igual que ciertos políticos también expertos, del poder y de la oposición, en eso no hay grandes diferencias semánticas, son capaces de emitir discursos que captan con facilidad los ánimos juveniles. A veces reflexiono, desde mi casi vejez, en todo lo que creía de buena fe cuando me lo decía alguien con prestigio, desde el lugar privilegiado del profesor universitario, del conferenciante de culto, del gurú cultural indiscutible.
Escucho a gente joven hablar de arte, de política, de literatura, y me sorprende ver que repiten, sin saberlo, consignas oficiales. Las consignas oficiales no son sólo las del poder en el poder, sinó también las del poder opositor. Se eternizan políticos en el poder pero también se eternizan sindicalistas, gurús del pensamiento alternativo, artistas supuestamente revolucionarios.
Respecto al arte, reflejo de éticas y políticas, me puedo interesar por producciones hechas por gente anónima, joven o no, con inquietudes e ideas, por extrañas que me resulten, cuando no mueven dinero. Sin embargo cuando son los poderes vigentes quienes me venden genialidades y cuelgan obras de arte en lugares públicos sin consultarme, aunque pague yo, en parte, la supuesta maravilla destinada a mentalizarme sobre nuevos caminos que ya son muy trillados, todo me resulta bastante dudoso, inquietante. Todavía más cuando muchas veces no se expresan opiniones contrarias y serias a todo eso, o cuando los supuestos oponentes esgrimen razones que también resultan ya bastante apolilladas.
Nos gustan muchas cosas porque personas que nos merecen confianza nos han dicho que nos tenían que gustar. Pero en el fondo todo es venta y comercio. Lo realmente alternativo no tiene, hoy, demasiados canales para darse a conocer, a pesar de internet. Un profesor de historia del arte que tuve en una ocasión, para defender eso que llamamos arte moderno, recurrió a una imagen muy gráfica, en el fondo, decía, todo es cuestión de devociones. Por ejemplo, explicaba, para un no creyente una misa no dice nada, puede ser un acto incluso ridículo. Para un creyente es mucho más. Hay que comulgar con las ideas, aunque sea con las ideas estéticas, para valorarlas y disfrutar del contenido. Otro ejemplo que ponía era el de la diferencia entre una virgen venerada en su santuario o reconvertida en una talla románica y colocada, con otras muchas en un museo.
Me parece todo muy bien, sólo que reivindico la libertad religiosa y la libertad estética. Sin embargo, respecto a ciertos artistas indiscutibles sólo percibo monolíticos discursos que desprecian, aunque sea de forma educada y condescendiente, la discrepancia, como si ésta fuera fruto de la ignorancia o de la falta de educación estética. Las universidades, las escuelas profesionales, oficiales o no, también han contribuido a la existencia de dogmas incuestionables respecto al arte, incluso a la cocina creativa. Desde la escuela primaria, desde el parvulario, se vende el producto vigente, por lo tanto a las nuevas generaciones les va a costar desprenderse de esos lastres, tanto, casi, como a mi me costó desprenderme de los antiguos. Mentalización y adoctrinamiento son, muy a menudo, casi sinónimos.
Un reciente monumento als castellers ha producido reacciones diversas en Barcelona, sobre todo cuando se ha sabido el coste que tiene, a mucha gente no le gusta, gente que conozco y que no es, ni mucho menos, de derechas. Sin embargo algunos brillantes opinadores del presente han comentado con tópico humor actual que es una garantía que no le guste al concejal del PP. Eso son razones dialécticas evidentes y el resto, paja. Claro, ahora mucha buena gente que no es del PP, situada mucho más a la izquierda que esos opinadores de culto, no se atreverá a decir que el monumento les parece una birria, no fuese el caso que ya les colgasen la etiqueta correspondiente, la de fachas ignorantes, vaya. Así nos va. Cuando temas concretos, éticos, estéticos o políticos, se etiquetan como de derechas o de izquierdas de forma irreversible y no permiten ninguna discrepancia seria y razonada ya la hemos fastidiado.
Un reciente monumento als castellers ha producido reacciones diversas en Barcelona, sobre todo cuando se ha sabido el coste que tiene, a mucha gente no le gusta, gente que conozco y que no es, ni mucho menos, de derechas. Sin embargo algunos brillantes opinadores del presente han comentado con tópico humor actual que es una garantía que no le guste al concejal del PP. Eso son razones dialécticas evidentes y el resto, paja. Claro, ahora mucha buena gente que no es del PP, situada mucho más a la izquierda que esos opinadores de culto, no se atreverá a decir que el monumento les parece una birria, no fuese el caso que ya les colgasen la etiqueta correspondiente, la de fachas ignorantes, vaya. Así nos va. Cuando temas concretos, éticos, estéticos o políticos, se etiquetan como de derechas o de izquierdas de forma irreversible y no permiten ninguna discrepancia seria y razonada ya la hemos fastidiado.
7 comentarios:
es arte lo que es capaz de emocionarnos, y Tapies deja totalmente indiferente. No es pues arte, de hecho no es nada, sólo que algunos pocos no lo quieren reconocer.
A mi, Francesc, em deixa indiferent, però vull creure que tots aquells que m'asseguren que els emociona ho diuen de bona fe i sincerament, al menys uns quants. També s'ha de comptar amb l'esnobisme, evidentment.
La literatura sobre Tàpies es tan apuballante que uno termina por emborracharse y creer que Tapies es algo. A mi me parece que Tapies no es nada, pero me lo quedo para mi. No me emociona. Y si el arte no me emociona, no me interesa. Es así de sencillo. No me atrevo a juzgar si es arte o es basura, engaño o juego de un niño rico con sus pinceles. Tampoco me interesa ese debate.
Sobre la escultura de los castellers no tengo opinión. Sólo decir que a mi los castellers me parecen una barbarie sin sentido, otra burbuja estúpida. Hace muchos años, el periodista Ramon Barnils intentó hacer un reportaje sobre las lesiones de médula y los tetrapléjicos a causa del "món casteller", y alguine le llamó para aconsejarle que lo dejase. Y lo dejó. Eso lo contó él mismo en mi presencia.
Lluís, no sé si a mi m'interessa o no però em sembla preocupant quan veus que ja 'arrossega la massa', com en el cas de les cues per anar a firmar el condol a la Fundació Tàpies, ens fan beure a galet, com diem en català.
El pitjor és que si discrepes semblis un ignorant o 'de dretes' o un mal català si aquests valors responen a 'catalans universals'.
L'èxit actual del tema casteller mentre coses com la sardana, els esbarts i d'altres semblen gairebé invisbles és per a mi un misteri. O no. De fet el tema casteller s'ha promociona a bastament a través de la tele nostrada i se n'han amagat els perills físics i la competitivitat oculta en això de 'entre tots ho farem tot'. No m'estranya gens això que expliques de Barnils. Malauradament avui hi ha poques veus realment crítiques amb els discursos vigents, tots suquen a la menjadora i si no, hi podrien sucar.
Ja veus, fins i tot Barnils es va 'rendir'.
Me ha encantado leer esta entrada y es que, por fin, me encuentro a alguien que afirma que no le gusta Tapies.
A mí, tampoco, nunca me gustó.
Abrazos.
Isabel, creo que hay mucha gente a quién no le gusta, sin embargo cuesta contradecir el discurso oficial. Más todavía, no todo nos tiene que gustar, de acuerdo, sin embargo hay cosas a las cuales sin gustarte puedes aceptar un valor, el que quizá tuviesen esas obras de arte hace cincuenta años, hoy, según mi opinión, han terminado por ser tan conservadoras y integradas en el poder como las que criticaban.
Publicar un comentario