Hizo el día 28 de marzo setenta años de la muerte de Miguel Hernández en la cárcel, en unos años negrísimos, sin que haya habido mucho ruido en este país, tan amante de memorias históricas oportunistas, cosa que me sorprende. Bueno, de hecho, tampoco me sorprende tanto, ya me sorprendo de pocas cosas. También el centenario de su nacimiento, en el 2010, pasó sin pena y con poca gloria.
Me temo que la figura de Miguel Hernández es hoy bastante incómoda para todo el mundo. Su figura se idealizó durante la transición, las lecturas canónicas oficiales lo convirtieron en un pobre pastor poeta, gran amante de su esposa Josefina, querido por todo el mundo. Un alma inocente y pura, con aspiraciones legítimas a encontrar su lugar en el mundo intelectual.
Resulta que no era tan pobre, que tuvo amores con otras mujeres, como la gran Maruja Mallo y que esos intelectuales más elitistas, estilo Lorca, le tenían por un pesado que olía a sudor provinciano.
También se le recrimina que su gran amigo, prematuramente desaparecido y al cual dedicó uno de sus poemas más conocidos, Sijé, fuese un falangista. Hablar a toro pasado es fácil, la falange era antes de la guerra una idea moderna de cierta política grandilocuente, una idea atractiva a muchos jóvenes de clase media y alta, incluso de clase baja, ya que se cree que no hubo falangistas convencidos entre los humildes y no fue así, aunque el tema está muy poco estudiado por razones obvias, por si acaso nos encontramos alguno en la familia o en la vecindad.
Lorca también fue amigo o algo así con José Antonio. La guerra puso a todo el mundo en un bando o en otro pero en épocas de normalidad, aunque sea de normalidad relativa, las personas jóvenes a menudo se relacionan a fondo, discuten, van de juerga, incluso se aman, con personas que no comparten sus ideas. De joven todo es muy blanco o muy negro pero también el corazón es abierto y generoso y la juventud se atrae por motivos biológicos y de circunstancias generacionales.
Luego vino el desastre. Lorca, Machado y Miguel Hernández tuvieron mala suerte. Si hubiesen podido escapar o sobrevivir los hubiésemos visto envejecer como a otros, como a Alberti. Lorca, dicen, se burlaba de Hernández. También eso es frecuente entre los jóvenes airados e intelectuales. No se puede juzgar a quiénes han tenido tan poco tiempo en la vida para evolucionar, incluso para corromperse o no corromperse.
Cuentan que Hernández miraba de reojo y con cierta prevención distante a esos señoritos escritores que no iban a la guerra y buscaban otros medios bastante elitistas de lucha política, destinos más seguros que el frente de Aragón. Es posible, todo es posible. De Hernández se sabe aún poco y sus biógrafos encuentran hoy hechos que desmienten supuestas verdades.
Buero Vallejo, que sobrevivió a la tragedia y a la pena de muerte, llegó a ser un gran autor de teatro, tolerado más o menos por el franquismo evolutivo, luchando por estrenar obras dignas en un medio hostil. Llegó a viejo, tuvo suerte, podían haberlo fusilado en caliente, fue compañero de cárcel de Hernández a quién retrató de forma excepcional. Quizá tuvo avales, conocidos, mejor salud, quién sabe. Buero es también hoy un autor teatral poco representado, debería ser un autor de culto en nuestros escenarios, siempre presente en ellos, pero esto no es Inglaterra y ni Madrid ni Barcelona son Londres, París o Berlín.
La historia mítica prefiere a los muertos antes que a los vivos, de los muertos jóvenes se pueden hacer brillantes pósters de consumo, como los del Che. Claro que la muerte de Hernández no fue en el frente, caso en el cual, me temo, hubiese resultado mucho más gloriosa y aceptable para todo el mundo. Malos tratos, tuberculosis, una enfermedad infecciosa y contagiosa en aquella época, que asustaba incluso a sus propios compañeros de derrota y cautiverio. Qué triste, todo ese final trágico.
Incluso su poesía, más allá de las Nanas de la Cebolla, no es del gusto de todo el mundo, tan contundente, no siempre valorada. También Hernández elogió a Líster, poéticamente, como Machado, pero todo se ha de situar en el contexto bélico de la época. El comunismo anda hoy de capa caída, después de la caída de la URSS y del muro de Berlín, se habían mitificado sus resultados reales y nos creímos que con aquellas ideas se creaban paraísos vitales igualitarios, fraternales, pacíficos y justos, de los cuales Cuba y Albania eran los paradigmas a pequeña escala.
Ya había pasado con el cristianismo, cuando las cosas llegan al poder, cuando se convierten en obligatorias y se estatalizan se pudren, como todo, porque los humanos somos contradictorios, egoístas, y el poder excesivo corrompe y se corrompe. Las ideas no tienen la culpa de como las tratamos en la realidad, de las injusticias que provocan las mejores intenciones, de las cuales está empedrado el infierno. La Revolución Francesa empezó aboliendo la pena de muerte y acabó por cortar cabezas de forma abusiva e indiscriminada.
Dicen que hemos de obviar las biografías de los poetas, de los artistas, y centrarnos en su obra. Eso no es posible, a menudo obra y vida tienen grandes y profundas relaciones, aunque sean contradictorias. Incluso la duración de la vida de un poeta condiciona la lectura de un poema. Tendríamos una visión muy distinta de Alberti si hubiese muerto más joven, pero tuvo tiempo de ofrecernos una imagen grotesca y decadente, vanidosa y extraña, casi anacrónica.
Vicente Aleixandre, otro gran olvidado, a pesar de su flamante Nobel, fue de los pocos que intentó ayudar a Miguel Hernández, según se cuenta. Otro olvidado es Dámaso Alonso que tanto valoró la poesía del valenciano. Lorca, que tan mitificado fue, hoy se considera incluso sobrevalorado. Machado tuvo suerte de Serrat, como el mismo Hernández, aunque me temo que no con el mismo peso popular que ha hecho de la Saeta serratiana un clásico recurrente.
Fue aquella una generación con luces y sombras, com muchos señoritos con ínfulas que no supieron ver la realidad de un mundo lleno de tristes contrastes, la universidad era entonces absolutamente minoritaria. Leer a los supuestos intelectuales de hoy y compararlos con aquellos escritores, periodistas, poetas, pintores, de los años veinte y treinta me produce una nostalgia sin sentido, pues las cosas fueron como fueron, por desgracia y de nada sirve pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Vale más intentar que lo que pueda ser, sea, de la mejor manera posible y sin violencia, siempre sin violencia.
Se dice que hoy se lee poco, en general. También se lee poco a toda aquella generación y más allá de la media docena de poemas que a todos nos suenan, el resto, con el cual deberíamos haber construido una antología personal en nuestro imaginario, para transmitirla, incluso de forma oral a las nuevas generaciones, ya es poco más que una sombra trágica.
Ellos fueron los grandes pero había muchos secundarios de lujo, en géneros diversos, como el pobre Muñoz Seca, ejecutado en venganza a la muerte de Lorca y que de haber sabido Lorca que lo vengarían de ese modo tan bárbaro seguramente se habría horrorizado, con razón. La venganza, como la revancha, es lo más absurdo que hay, como lo es decir que alguien debe pedir hoy perdón de algo en lo que no participó ni tuvo arte ni parte. Además, pedir perdón también es fácil, lo hacen los niños en la escuela porque saben que así enternecen a los profesores con su actitud, a menudo bastante falsa y sin propósito de enmienda.
Más allá de gustos poéticos personales, de memorias históricas y de evocaciones nostálgicas me preocupa la tibieza con la cual se ha no celebrado ese aniversario de la muerte triste, injusta y prematura de un joven poeta del pasado al menos de forma general. Excepto, claro, en esa Orihuela natal que no siempre lo amó, aunque también hay que entender el pavor, la cobardía, el hambre y la amargura de los españoles de a pie en aquellos horribles primeros años cuarenta.
2 comentarios:
Tens raó que Hernández deu haver estat víctima de molts prejudicis, i xoca una mica que les efemèrides hagin passat tan desapercebudes. De tota manera era un personatge complex i interessant, que donaria peu a bona novel·la. No sé què ho fa, però som molt sectaris i la complexitat humana ens espanta. Potser ens hem tornat molt simples, infantils en el mal sentit de la paraula.
També era complex i complicat i, a més, sense poesia, Companys, i mira... La posteritat té raons que la raó no entén.
Això de la literatura és una mica com la borsa, els valors pugen i baixen i no se sap ben bé com ni perquè, al menys no ho sap una gran majoria silenciosa.
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