martes, 3 de enero de 2012

El discreto encanto de las monarquías


Recuerdo que hace mucho años, en un debate cuando estudiaba magisterio, en las clases de política, una dama de la inefable sección femenina, pero inteligente y dialogante a pesar de su filiación, y con motivo de las votaciones del Referéndum de 1966, nos comentó que España seguía siendo, de hecho, una monarquía. Sobre Juan Carlos nos dijo algo que he recordado en más de una ocasión: es una persona mediocre, pero lo sabe, en el sentido que sabría rodearse de personas adecuadas, si hacía al caso.

Ya en los setenta asistí a menudo a Escoles d'Estiu donde se percibía una efervescencia política en alza. Los sesenta no nos trajeron muchas reformas políticas aunque sí un cierto bienestar econòmico, sobre todo en comparación con los años anteriores. También se iniciaba cierta reforma educativa que nunca acabó de terminar ni de realizarse según lo proyectado, como suele pasar con casi todo en nuestro país, nación, estado, o como quiera llamarle cada cual. Cuando las cosas educativas no van bien, en lugar de mejorar lo que hay, se hace una nueva reforma con lo cual se da trabajo a la gente que elabora planes y todo eso.

En aquellos encuentros de estudiantes, maestros y maestras y en otras reuniones diversas  dedicadas a mentalizar a la gente sobre la democracia a punto de conseguir, según parecía gracias a la lucha del pueblo, aunque para ello tuvo que morir aquel señor de muerte natural, era habitual que corriesen pasquines, auques, chistes gráficos y caricaturas que mostraban un príncipe Juan Carlos ridículo, a la sombra del poder franquista. 

Los chistes clandestinos de la época lo presentaban casi como a un deficiente, con mocos en la nariz, muchos de aquellos chistes se reconvirtieron después en los chistes sobre Morán, supongo que la gente de mi edad recordará la colección. Habría que estudiar el motivo por el cual en un momento determinado se genera, por ejemplo, toda una colección de chistes racistas, machistas o sobre alguien en concreto.

Después vino la transición y nunca hubiese imaginado que tanto progre y tanto político de izquierda radical acabase aceptando una monarquía y una transición como aquella. De pronto Juan Carlos, ya que no su padre, heredero legítimo de la corona, era simpático, campechano, agradable y dialogante y su esposa discreta, inteligente y muchas cosas más. La monarquía parecía ser lo posible y como la política es la ciencia, dicen, de lo posible, tuvimos monarquía. Los recalcitrantes comparaban esa hermosa y moderna familia con Carmen Polo y los estirados Villaverde. Todo mejoraba. Incluso cuando llegó al poder Felipe González se comentó que tenía bastante más feeling com el rey que sus antecesores más de derechas.

Se habló más adelante de memoria histórica pero se olvidó de forma intencionada que no volvía la República y que parecía aquel un breve sueño enterrado. Incluso el único partido con nombre republicano, Esquerra republicana, se adaptó al carro convencional. Durante años todo cambió, Juan Carlos vino a Catalunya y dijo cuatro cosas en catalán generando devociones intensas. 

Actualmente han proliferado los novelones televisivos en capítulos sobre aquella época republicana, sobre la guerra civil, así como las novelas y películas supuestamente más serias, a menudo cuentos chinos edulcorados, de buenos y malos, como antes, pero al revés. La realidad es complicada, dura y no gusta a nadie. Alguien dijo que no había una derrota que una página de libro de historia no pudiese arreglar y así se forjan las mitologías heroicas, a base de libros de historia, de novelas, de seriales.

Los programas humorísticos empezaron a meterse con todo excepto con la monarquía. Con el 23f, un tema todavía no aclarado del todo, la monarquía se consolidó. Hoy existen muchas dudas sobre todo aquello y sobre sus protagonistas, tanto reales como laicos. Las princesas crecieron, incluso a una la llamaron la infanta catalana porque se vino a vivir a Barcelona y con su prima asistía a cursos de catalán en la misma institución que organizaba aquellas Escoles d'Estiu en las cuales su padre era escarnecido de forma grosera en pasquines diversos y que ahora presumía de tenerla como alumna. 

Mucha gente presumía de conocerla, de tener noticias sobre sus amores con un guapo deportista. Además, para colmo, se casó en Barcelona, en esa Catedral del Mar literaturizada de forma bestsellera. Los castellers, reinvento exitoso de la tradición, la homenajearon y hoy se meten con ellos por ese motivo y se hacen listas de los que estaban o no estaban allí montando triunfales torres humanas festivas en el acontecimiento. Muchas personas fueron a badar emocionadas y los invitados conformaban un conjunto variopinto de gente importante de ideas diversas. 

Hace algunos años el príncipe Felipe -nombre monárquico por excelencia, además de ser el del príncipe de la Bella Durmiente de Walt Disney- sobre cuya soltería corrían muchos rumores mal intencionados se casó, pero no con una joven ingenua sin experiencia sino con una bella periodista con pasado. Bueno, los noruegos dejaron casar al suyo con una madre soltera de pasado mucho más turbio, el mundo ha cambiado y parece que después de todo el ruido que se montó con Lady Di ya no estamos para conservar la sangre azul tan azul como antes. Hoy las chicas buenas van al cielo pero las malas van a todas partes, según dicen.

La boda del heredero y su elección generó mucho papel couché. La chica pasó de ser una periodista activa a ser una barbie con nariz operada, eso sí, muy elegante y flaca, a la moda de hoy. Personas que conozco y tengo por profundas me comentaban sus atuendos y es que no dejo de sorprenderme del gancho que la frivolidad elegante tiene para todos nosotros. Antes de esa boda hubo rumores sobre los amores extra matrimoniales del monarca, más o menos conocidos pero nunca publicitados, al menos en España, aunque revistas francesas, por ejemplo, daban muchos más datos sobre alguna de esas relaciones. Esas cosas siempre tienen su morbo, además tan pronto sirven para dar color a las figuras públicas como para criticarlas por promiscuas, según cuando, quién y dónde.

De pronto, todo empezó a cambiar. Los reyes volvieron a salir en chistes y programas humorísticos y supongo que se decidió que era mejor aguantar que no fomentar protestas a favor de la libertad de expresión que hiciesen creer que había excepciones y controles excesivos. Para colmo, el marido de la infanta catalana resulta que era sospechoso de corrupción como tanta gente del país, Catalunya incluída. Personalmente siento mucha más inquietud por el caso Millet que por el caso Urdangarín, por proximidad y sentimentalismo. Parece que es un país donde resulta relativamente fácil corromperse y hacer dinero de forma extraña. La gente ya no se acuerda del señor Roldán, del hermano del señor Guerra. En esos temas siempre se es más indulgente con los progres que con los otros.  Llevamos días y días con el tema  de ese yerno con cara de buen chico que salió rana, por cierto ligado a negocios valencianos, mallorquines, dels Països Catalans, vaya. 

Ahora mismo, en otro blog, he podido ver algunos de los sueldazos de los diputados. Hoy se habla constantemente de los gastos monárquicos pero considerándolos en el contexto general tampoco son tan exagerados. Además hay monarquías y presidencias de gobierno mucho más caras, pero el tema siempre vende y escandaliza. ¿Sirve para algo una monarquía, hoy? Parece una cosa anacrónica, cierto, pero ya lo parecía hace años y nadie o casi nadie piaba, antes al contrario. Un yerno de rey corrupto es como un cura pederasta, su pecado escandaliza más por el contexto, por la situación, que por el hecho en sí. Es peor que un crimen, es un error, le dijeron a Napoleón cuando condenó a Enghien. Los errores siempre son peores que los crímenes, por desgracia.

A la corrupción nos hemos acostumbrado pero tendremos que admitir que, por desgracia, funciona a todos los niveles de la sociedad y no son pocos los que piensa que harían lo mismo si pudiesen o que lo hacen a su modesto nivel. Como funciona también, a todos los nieveles, el tema hereditario, el clientelismo, hay muchos buenos trabajos a los cuales sólo acceden los hijos o parientes de los que ya estaban allí y eso lo saben muy bien los jóvenes de hoy en edad laboral y sin padrinos. Pasa una cosa parecida en partidos políticos, en sindicatos. El poder se enquista y se puede heredar.

La monarquía inglesa, de más solera y duración que la nuestra, fue intocable hasta que dejó de serlo. Incluso, cosa rara en aquella lejana Albión, llego a cuestionarse durante aquel año horrible en que les ocurrieron tantas cosas. Sin embargo el caso de Lady Di, su sacralización histérica popular y el hecho de que su hijo, guapo, rubio y simpático, llegue a ser, seguramente, el rey del mañana, pasando por encima de mi contemporáneo, ese Carlos tan criticado, ha conseguido revitalizar la opinión pública a su favor, con boda incluida, claro. 

Los reyes y los príncipes han pasado a ser esos borbones, una dinastía pecadora, y se recuerda más lo malo que lo bueno de la familia, en un puro estilo de revolución francesa mitificada. El mundo no deja de sorprenderme y los cambios de chaqueta y de opinión motivados a menudo por razones variopintas y poco serias, aún más. Vivir para ver, oir y leer. 

En cualquier parte puede pasar cualquier cosa en cualquier momento con una propaganda bien orquestada. Quizá deberíamos preguntarnos por qué eso que llamamos pueblo no quiso de ninguna manera en su época a monarcas más avanzados y modernos como José Bonaparte o Amadeo de Saboya, por qué fracasó la Primer República y en cambio se acabó por traer a Alfonso XII, cosa que si se lee un poco la historia del pasado también sorprende bastante. Un monarca al que su propia madre, Isabel II, por la que siento cierta debilidad porque fue una pobre chica con una educación deficiente, manipulada por todos de forma contundente, decía: recuerda que lo único que tienes de Borbón es mío.

En casa ya me decían, de pequeña, que el mismo pueblo que fue a recibir con palmas a Jesús, en Jerusalén, después iba a ver como le crucificaban y a vociferar por el Calvario.

Conste que no me han invitado nunca a pasear con el Bribón y que soy absolutamente republicana, republicana federalista, pero me asusta bastante ver como las opiniones masivas son tan fáciles de cambiar y reconvertir.

3 comentarios:

Eastriver dijo...

Sempre m'agrada molt llegir-te, en català o en castellà. Hi com sempre, hi haurien tantes coses a dir, i també unes quantes per riure una estona. Això de l'infanta catalana, collons, ho havia oblidat. Es ben cert, tot i que (ja semblo de CIU) he de dir que no es va casar a la Catedral del Mar sinó a la Catedral normal, per dir-ho d'alguna manera (aquella tarda vaig sortir a passejar pel centre i zona de la Catedral i allò estava copat de monàrquics que ja des de la tarda abans feien cua per poder veure la reina, el rei, l'infanta i el xoriço aquest de qui es parla tant.)

República federal? Jo estic preparant una entrada sobre aquest tema. Diguem que jo també, o millor, diguem que m'hi aconformaria. Però des dels llunyans temps de la primera república hi ha motius per sospitar que els unics federalistes de l'estat som nosaltres. Ens diuen que sí, nosaltres ens els creiem, i després tururut. Fes-te fotre. El darrer exemple, el senyor Zapatero. Així que queda un camí, un únic camí, al meu mode de veure. I ja saps quin penso que és. Salutacions.

Eastriver dijo...

Collons, no miris la falta de la segona línia, justo després del punt. Si us plau, no la miris. (Les altes que hi pugui haver, val, les pots mirar, però aquesta no). Petons

Júlia dijo...

Tens raó, va ser a la Catedral, he tingut un lapsus. No miro la falta, però et diré que jo també en faig moltes per escriure massa de pressa. Pel goig de reviure aquell dia inoblidable de les noces de pinyol vermell:

http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1997/05/04/pagina-1/34629344/pdf.html?search=infanta%20Cristina%20boda%20BARCELONA

Jo em conformaria tan sols amb 'república', de moment, la resta ja aniria venint, em temo que ni això veuré.