sábado, 28 de abril de 2012

ANTONIO BUERO VALLEJO, doce años después de su muerte


Buero en la cárcel del Dueso (Fuente: Blog Todos los rostros)



Buero con su esposa, la actriz Victoria Rodríguez, y sus dos hijos. Uno de ellos, Quique, murió joven a causa de un accidente (Fuente: El Mundo, entrevista a Victoria Rodríguez).


El 29 de abril de 2000, hace doce años, moría Antonio Buero Vallejo.

Buero Vallejo es un caso excepcional de intelectual capaz de sobrevivir, incluso triunfar, en un medio hostil como fue la España del primer y brutal franquismo. Condenado a muerte, tuvo suerte y, me imagino, buena salud, para poder resistir la cárcel y sus miserias y morir de viejo después de haber dedicado su vida al teatro. En el penal, como es sabido, coincidió con Miguel Hernández. Buero fue también un magnífico dibujante y pintor, tiene retratos impresionantes, de los cuales el más conocido es el de Miguel Hernández, realizado en la cárcel, y que durante algún tiempo, hace años, se atribuyó a otros autores o se citó como anónimo.

Conocimos a Buero, muchos de mi generación que no acostumbrábamos a poder ir al teatro con facilidad, por motivos económicos o geográficos, a través de la televisión. Todavía me sorprende que en aquel contexto y con tan pocos medios, autores excelentes, en estado de gracia, nos ofreciesen obras inolvidables en versiones que no he visto superadas todavía en el teatro convencional. 

Pocos días antes de casarme, en el 73, pasaron por televisión El concierto de San Ovidio con Rodero i Bodaló, inolvidables. Buero introdujo muchos ciegos en sus primeras obras, era la suya una ceguera simbólica pero también física, ya que los personajes del autor nunca fueron sólo símbolos sino también personas con sus miserias y virtudes. El tratamiento de la ceguera provocó incluso alguna protesta de colectivos de personas con esa discapacidad, sin embargo la sangre no llegó al río. Yo me enfadé cuando en una obra, En la ardiente oscuridad, percibí cierta misoginia subliminal ya que se afirma que una buena mujer, casada con un ciego, consiguió esa boda a pesar de ser fea porque su marido era invidente. Esos detalles son, en realidad, tonterías ligadas a los prejuicios de una época, en la cual vivía y escribía Buero. No desmerecen la totalidad, algún día habrá que criticar a fondo el tratamiento de la fealdad femenina en la literatura, una constante, pero eso ya es sociología y no literatura.

Recuerdo que en el instituto nocturno al que acudía después de trabajar, una profesora nos comentó que el mejor autor teatral de entonces, los primeros años sesenta, era Buero pero que como no resultaba del gusto del poder no lo promocionaban como a otros. Se hacía mucho teatro en aquellos años. De todo tipo. Se recuperó Casona, triunfó Alfonso Paso, arrasó Jaime Salom. Sagarra tuvo un exitazo con La herida luminosa. 

Gustaban las obras algo atrevidas pero con moraleja final, a poder ser del gusto de la moralina vigente, como sucede, por ejemplo, en La casa de las Chivas. Solían aparecer curas en crisis por todas partes, pero es que había curas por todas partes. Un exitazo fue El comprador de horas, del hoy bastante olvidado Jacques Deval, com Núria Espert haciendo un papel que repitió varias veces con éxito, el de prostituta sensible, y Rodero, el gran Rodero, haciendo de cura que quiere redimirla. Los lunes de Pascua eran días de gran estreno y en Barcelona, en el 61, en abril, se estrenó esta obra al lado de otras tan emblemáticas como Un tranvía llamado deseo y La calumnia, la obra de Lillian Hellman que hicieron en cine Audrey Hepburn y Shirley McLaine, y que en nuestros teatros interpretaron Amparo Baró y Mayrata O'Wisiedo otra actriz como la copa de un pino, escritora además, que yo creí extranjera durante años y que era zaragozana. Eran aquellas lo que en la época se llamaba obras fuertes.

Buero sobrevivió, triunfó, le concedieron el Premio Cervantes pero yo creo que en sus últimos años le marginaron y olvidaron un poco, cosa habitual que acontece con los cambios generacionales. Recuerdo una larga e impresionante entrevista que le hicieron por televisión, emitida a horas intempestivas, cuando ya estaba enfermo. Me gustó mucho como hablaba de la censura, aquel azote del franquismo, que tanto pareció limitar a nuestros artistas e intelectuales pero que también sirvió de excusa para la inoperancia y la pereza de algunos. 

Incidía Buero en el hecho de que el escritor sabe y puede escribir bien a pesar de las censuras, que busca recursos, paralelismos, lo que sea. No defiendo la censura, defiendo al escritor, insistía. Muy cierto. En música, en literatura y en muchos otros campos de la creatividad, la época franquista propició obras impresionantes que sorprenden a los bienpensantes actuales, muchos de los cuales quieren creer que la época fue un páramo cultural. 

Los ochenta dieron paso a algo mucho más estéril, considerando las expectativas creadas en la transición y el tardofranquismo y luego, como suele pasar, todo pareció revivir poco a poco. En Catalunya la Nova Cançó acabó de forma vergonzante, sólo cuatro o cinco cantantes sobrevivieron pero ya no era lo mismo, se habían convertido en mediáticos y sus recitales no iban de pueblo en pueblo, destinados a remover las conciencias del pueblo, sino que pasaron a ser espectáculos de masas. El dinero, siempre el dinero.

El teatro acogió lo que se llama grandes montajes, escenografías espectaculares, gritos y saltos. Un poco como pasó con el arte abstracto en pintura, todo valía. Garsaball, actor inmenso e inolvidable, comentaba con ironía que las obras de teatro se mueven entre el grito y la parrafada. El grito recuperó espació y la parrafada, incluso la parrafada inteligente, quedó algo adormilada, como el arpa de Bécquer, esperando mejores épocas. A la larga el teatro de cada día ha quedado reducido, por necesidades económicas, a obritas de dos o tres personajes, baratas, incluso los monólogos han tenido un éxito inesperado y son una solución para actores en paro cuando esos mismos actores no son contratados para las inevitables y eternas teleseries. Todo ha cambiado.

Buero, como otros autores, ha sido representado siempre, sin embargo, de forma bastante fiel, por grupos de aficionados. El teatro amateur mantiene el recuerdo y la devoción del teatro olvidado por los poderes culturales, con un esfuerzo admirable. Buero debería estar siempre en alguno de nuestros teatros, en cartel. Quizá por algunas de sus obras ha pasado, de forma inevitable, el tiempo. Aunque yo no lo creo. Son teatro de texto, apto también para leerse en la intimidad, literatura. Precisan, eso sí, de buenos actores, actores con una dicción muy correcta, un tema hoy también a la baja. Se lee poco en voz alta, se recita menos. 

La vida de Buero Vallejo, ligada a una época y a unas circunstancias, podría ser objeto de una serie de televisión bien hecha, con recursos y buenos guionistas. Con principio y final, como han de ser las series aunque parece que hoy la moda hace que se alarguen y alarguen las historias que las televisiones de nuestro país nos ofrecen. No somos la BBC, claro. Escribir teatro en tiempos revueltos, podría incluso titularse. Aunque eso de revueltos no me gusta, me suena a gastronomía casera. Buero debe leerse en su totalidad, en su contexto, pero también desde nuestro presente. Es historia, historia del teatro, pero también historia de España e historia de las ideas, de los prejuicios, de los tópicos. Nuestra historia. Sus obras inciden en la ética, en la moral, pero no son exactamente moralistas. Sus personajes no son malos ni buenos de forma absoluta, tienen sus contradicciones, son profundamente humanos y nunca se reducen a esquemas o símbolos aunque tengan mucho simbolismo implícito. Incluso aquellas que no nos parecen redondas del todo tienen fragmentos, situaciones y personajes inolvidables. 


2 comentarios:

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Aunque pertenezco a otra generación, coincido en esos recuerdos del teatro televisado, que no me parece superado, y en la decadencia que se percibe a partir de los años 80. Buero es una figura que se antoja crecida con los años, con un lenguaje ajeno al relativismo frívolo que nos envuelve.
Un saludo.

Júlia dijo...

Cierto José Miguel, ese relativismo frívolo -lo defines muy bien- parece que tiene cuerda para rato, por desgracia.