Mostrando entradas con la etiqueta moda. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta moda. Mostrar todas las entradas

martes, 28 de septiembre de 2010

Llevar los pantalones

Se ha publicado en Francia el libro del cual muestro la portada, su autora es Christine Bard, historiadora feminista, y diferentes periódicos españoles han hablado de él, a menudo en páginas poco culturales y más bien algo frívolas. La autora reflexiona sobre los problemas que en el mundo occidental provocó querer ponerse pantalones, prenda, por cierto, habitual en otras culturas, aunque fuese bajo falditas más o menos largas. En Francia, aunque en desuso, evidentemente, continua vigente una ley que prohibe su uso y en ámbitos formales todavía continua siendo la falda obligatoria, como en el caso de muchos uniformes de escuelas de prestigio.

Recuerdo los años en los cuales, gracias al turismo y al desarrollo, comenzaron a verse en nuestro país señoras -extranjeras- con esa prenda. Cierto que se habían dado casos allá por los años treinta, incluso recuerdo también que, en el campo, cuando las mujeres debía ayudar en algunas tareas se ponían pantalones viejos de forma puntual. Pero los pantalones de vestir eran algo casi pecaminoso, aunque tapaban tanto o más que las faldas.

Cuando hacía ingreso, allá por finales de los cincuenta, tuve una profesora muy joven y le preguntamos que le parecía eso de llevar pantalones. Nos hizo reflexionar sobre el tema, según su opinión estaban bien para mujeres nórdicas -empezaban a llegar las temidas suecas- que no presentaban redondeces excesivas, pero no para las mediterráneas, más llenitas. Hoy, con la moda de las mujeres-fideo eso ya no sería problema. En catalán, de esos tipos rectilíneos se comentaba: no té ni tripa ni moca.

Un cura conocido, de una zona rural catalana, en esa época, negó la comunión a dos chicas ricas del pueblo que fueron a comulgar con pantalones. La cosa tenía dos lecturas, la de la inmoralidad de la prenda y el conservadurismo del cura, pero también la valentía de ese mismo señor al atreverse con dos pijas poderosas (de derechas), la cosa le podía haber costado cara, en aquella época. Los esnobs y las gauches divines son los primeros en aceptar las excentricidades pues les gusta provocar. Además, se lo pueden permitir, tiene recursos para afrontar las condenas morales con tranquilidad. Después, cuando el pueblo llano las asume ya se convierten en una vulgaridad.

Al cabo de cuatro o cinco años todas las adolescentes que habíamos hecho gimnasia con bombachos y falda, un montaje horrible, llevábamos pantalones, siempre que fuese para ir de excursión, a patinar, al campo. Para la vida cotidiana se tardó un poco más. En muchos trabajos se exigía -y se exige todavía- la falda. En la época de Tarradellas se comentó mucho que obligaba a las damas de la Generalitat a llevar falda, sin embargo el tema no levantó demasiadas protestas.

El pantalón se impuso por su comodidad, como se había impuesto en el ámbito masculino. Abriga más que la falda, evita fajas y ligueros y medias frágiles y reduce la dependencia de la depilación obligatoria. Las señoras mayores, como mi madre, fueron reticentes a su uso, pero cuando los probaron ya no los abandonaron nunca del todo. Sin embargo la imposición de la moda pasa a menudo por encima de la comodidad como en el caso de esos talones altísimos y rompepiés, con los cuales incluso huyen del maniático las chicas guapas de las pelis de miedo. Y todavía se exige falda para según qué. O no se exige pero se supone que hay que disfrazarse en ocasiones como bodas de postín, por ejemplo, incluso con faldas largas o con lo que sea.

Tenemos cierta tendencia al disfraz y por esos se aprovechan las grandes festividades para vestirnos de forma rara, incluso con vestidos que no aprovecharemos nunca más. Es un signo de bienestar econòmico, antiguamente todo se reformaba y arreglaba e incluso se volvía la ropa del revés para alargarle la vida. Por suerte, de momento, vivimos en una sociedad que, de forma generalizada y con todas la excepciones que he comentado, no se mete mucho con esas cosas. De momento. 


Sobre la ropa vuelta del revés, recuerdo un anuncio autárquico de la radio. Era un diálogo entre amigos:
-¿Abrigo nuevo?
-No, reformado y vuelto del revés por Poveda sastre.


El sastre Poveda tenía su taller en la plaza del Peso de la Paja, inmortalizada por Terenci Moix. Desde la calle se veía a la gente coser, me encantaba. Sastres y modistas han desaparecido bastante de nuestros paisajes, muchas sastrerías han ido cerrando y sólo quedan algunas excepciones. No sé el motivo, pero en los escaparates de las sastrerías se solían poner chistes dibujados, quizá para llamar la atención. Las mujeres han cocinado, cosido, peinado, pero a la hora de la verdad los famosos han sido ellos y parece que todavía dura. Un buen traje chaqueta de señora -con falda- requería de un sastre aunque también existían algunas sastresas. Hoy todo ha cambiado, la confección en serie se ha impuesto y las grandes marcas son las que mandan.

La moda impone su frívola dictadura, no hay más que ver esos desfiles de monigotes con cara de pocos amigos y hechos un saco de huesos, andando como caballos. La anorexia no existe cuando se pasa hambre de verdad, es una enfermedad de ricos, de clases medias. Se busca la originalidad con atuendos raros, no hay más que ver la salida de los institutos, que son de todo menos cómodos. Al final se acaba formando parte de una tribu más y la originalidad se diluye en el conjunto.

Creo que el libro debe ser interesante, sin embargo no me gusta la cubierta, una modelo joven y guapa al uso, con una pose estudiada, una cubierta, creo, muy poco feminista. Al fin y al cabo los libros, la mayoría de libros, se escriben para venderse lo mejor posible.

Hace años llevar los pantalones era una frase muy gráfica y hacía referencia a la persona que mandaba, en los hogares. Se suponía, era mucho suponer, que había de ser el marido y así, incluso, lo recogían las leyes injustas de los años oscuros. Quizá quede en el idioma como frase hecha, perdido ya su sentido literal, como han quedado otras cosas. En catalán hablabos de ir mal engiponat, massa engavanyat, el gipó era el corpiño, el gavany, el gabán. La frase sobrevive a la prenda, es curioso.

La historia del vestido, de los pequeños objetos, de la vida cotidiana, a menudo es más interesante y próxima que la gran historia y dice mucho más sobre el pasado que los manuales sobre teorias sociales y batallas gloriosas.

viernes, 8 de mayo de 2009

Pesadillas peludas

Leo en el metro un anuncio, en un cartel, de esos destinados a distraer mi periplo por los largos y aburridos pasillos de enlace. El anuncio me evoca pesadillas antiguas, dice, más o menos, que si utilitzas lo que te propone, un método depilatorio definitivo, superarás tu angustia al pensar que puedes tener un accidente y no haberte depilado!!! Supongo que el tema debe ser recurrente, ya que la publicidad lo ha utilizado para uno de sus mensajes contundentes.

El pelo corporal o vello, que queda más fino, ha pasado por épocas distintas a lo largo de la historia. Hoy estamos en un mundo occidental bastante depilado. De jovencita envidié a amigas cuya genética no obligaba a autotorturarse con ceras calientes, máquinas infernales o rayos malignos. Esperaba una moda cultural que acabase con tanta tontería afeitadora, pero ha sido al revés y ahora incluso señores serios se depilan, con eso de la metrosexualidad y otras mandangas.

La depilación por si te pasa algo me recuerda los consejos del tiempo de mis abuelos, tiempos de higiene más precaria, en los cuales se aconsejaba lavarse los pies a menudo, por si te pasaba alguna cosa y te llevaban al hospital y te los veían. También en mi juventud las mamás aconsejaban a las hijas recién casadas no salir de casa sin la cama hecha y la cocina limpia, por si te encontrabas mal, te tenían que acompañar y veían como estaba el tema y lo poco responsable ama de casa que eras. El qué dirán era, claro, más importante que el daño sufrido. Así es el mundo, la apariencia ante todo.


Cuando fui a ver la exposición con los murales de Sorolla, la chica que nos la comentaba, muy agradable, explicó que las alumnas de secundaria se enfadaban de forma retrospectiva con el pintor cuando comprobaban que éste, con la intención de reflejar los tipos humanos de cada región, había pintado a las andaluzas un bozo oscuro sobre el labio, un bigotito, vaya. La cosa debía tener su morbo erótico, pues refranes antiguos hacen referencia al atractivo pertinente: mujer bigotuda de lejos se la saluda, mujer con bigote se casa sin dote...


No podemos quedar al margen de modas tan martilleantes, si no nos queremos ver excluídas del contexto social. El pelo de las axilas dicen que 'hace sucio' cuando nada tiene que ver la higiene con la cuestión pilosa. Sobre vello corporal, cuestión cultural al fin y al cabo, ha habido épocas de todos los colores. También las pelucas, los bigotes, las barbas, han pasado por modas diversas y se han asociado con tendencias políticas, incluso bastante divergentes según el momento.


Quizá algún día tendremos una moda más peluda y entonces se tendrán que inventar sistemas de crecepelo integral que solucionen los efectos de nuestro tiempo, tan depilatorio. Entonces se aludirá a la barbarie de los siglos XX y XXI, que obligaban a extrañas prácticas incluso en países supuestamente civilizados. Cosas más raras he visto y aún no soy muy vieja. Sobre crecepelos, ser calvo ha sido, para los señores, un trauma, sobre todo de joven, claro. Pero la verdad es que hay calvas de lo más interesantes, la verdad. Se han intentado muchos sistemas para devolver el pelo a la cabeza, pero ninguno definitivo, y muchos señores traumatizados han perdido bastante dinero probando remedios diversos. Unos vecinos de la escalera, de mi infancia, tenían la patente de un producto que habían inventado y vendido de forma ambulante, eran frecuentes los vendedores ambulantes de lociones destinadas a recuperar las cabelleras perdidas.


Sufrir angustia de anticipación pensando que te van a atropellar sin depilar es un absurdo, pero pasa y pasará. Uf, que vergüenza, el médico, quizá un joven de buen ver o una doctora de espíritu crítico, contemplando las intimidades de una pobre muchacha que no tuvo tiempo de ir a la esteticienne antes de la desgracia!!! No entiendo como hablan tanto de la crisis y de la gripe y casi nada de la depilación, he investigado algo con motivo de este post y he encontrado un montón de webs, blogs y publicidad sobre el tema. Qué mundo, Facundo!

domingo, 3 de agosto de 2008

De cuando queríamos parecernos a BB

(He decidido no ceñir el contenido del blog a las traducciones de los artículos que publico en catalán, porque me limita la temática y a veces me da más trabajo traducir que volver a escribir sobre el tema).

Hace unos días escuché por televisión al periodista Angel Casas, hablando de músicas de su vida y recordando Brigitte Bardot. La mitología del pasado es engañosa y llegamos a creernos que éramos más fans de los Beatles que del Duo Dinámico, a veces por pura presunción de modernidad. Casas afirmavaba que Marilyn Monroe no le hacía, como decimos en catalán, ni fred ni calor, de joven, y que el objeto de sus deseos adolescentes era Bardot.

Bardot era el gran modelo sexi. Con sus despeinados y escotes, con su películas que pocas veces veíamos en España pero que algunos de los primeros afortunados catalanes poseedores de seiscientos y gogomòbils conseguían contemplar en el sur de Francia, con su escándalos que hoy son de instituto de secundaria, Bardot monopolizó la temática atrevida de toda una época.

Bardot cantó, bastante bien, y en el programa pusieron un disco suyo. Para mi gusto, mejor que la señora Bruni de Sarkozy, la verdad. Llegó a cantar con Gainsborough aquello tan atrevido de je t’aime mais non plus, canción llena de suspiros explícitos que hoy da un poco de risa y que luego grabó la esposa del cantante, Birkin, dicen que muy celosa de la versión de la Bardot, quién, posiblemente había tenido algo con su marido. Recuerdo la moda de los vestidos de cuadritos de colores, ribeteados con puntillas, cortitos y juveniles. Bardot la popularizó. Salió en una revista con su marido de entonces, el soso Charrier, un reportaje de esos estúpidos en la cocina de casa, con un alegre vestido de ese estilo.

Las chicas la imitábamos o la queríamos imitar. La prima de una amiga mía se le parecía un poco y los chicos andaban locos por ella. Bardot hizo malas películas, quizá no encontró un director adecuado, aunque ella no era Moreau, claro, pero hay que reconocer que tenía su gracia. Tuvo un romance con Sacha Distel, un cantante simpático del cual bailamos aquello del Monsieur Caníbal, y, sobre todo, la divertida historia del bombero que no encuentra la manguera ni la escalera mientras todo se está quemando.

Pero Bardot no murió joven, por suerte para ella. Tuvo la habilidad de retirarse a tiempo, a los cuarenta años. Ha envejecido y ha defendido y defiende los animales, focas, ballenas, e incluso a Le Pen, cosa que le quita brillo mediático a cualquiera. Un cantante brasileño le dedicó una samba que también bailamos a gusto en aquellos veranos de antes: Brigitte Bardot, Bardot, tu estilo triunfó, triunfó, BB, BB, el secreto de tu hechizo y de tu encanto no lo sé... Su belleza consolidó la moda dictatorial de las narices respingonas para tragedia de las personas como yo, con apéndices nasales más contundentes. Por suerte, la cirugía no estaba al alcance de todas las españolas por aquel entonces, y sólo actrices o gente de posibles se sometían a recortes nasales desafortunados, perdiendo mucha personalidad por los quirófanos pioneros.

La moda en el peinado era también muy dictatorial, pero esa es, afortunadament, reversible. Las chicas con el pelo rizado sufrían mucho y tenían que dormir con una especie de ensaimada en la cabeza, la toga, la llamaban. Yo, con el pelo finito y de poco volumen, cada noche de mi vida de entonces me ponía rulos y pinzas, ya empecé en los tiempos escolares con esa deleznable costumbre y en una ocasión, estudiando la Revolución Francesa, soñé que me cortaban la cabeza por orden de Robespierre y era una pinza que tenia en el cuello la culpable de la pesadilla. Además, debía consolidar la construcción peluquera diaria con chorros de laca maloliente o los efectos del cardado matinal me duraban diez minutos.

Mi madre tenía el pelo rizado y yo la encontraba muy anticuada. Una vecina más joven le aconsejaba alisárselo, en aquella época mamá debía tener unos cuarenta años, pero yo la veía inmensamente mayor. Ella protestaba diciendo que las negras también lo tenían rizado.
-Uf! –decía la vecina- Ya no hay ninguna negra moderna con el pelo rizado!!!
Lo dijo como si el estiramiento capilar fuese una muestra de avance técnico para las personas de piel oscuara y supongo que lo creía. Muchas señoras de buen ver de color, por cierto, de conjuntos musicales, lucían cabellos lisos y moños imposibles, supongo que les debía costar un buen dinero y muchos sacrificios, pero presumir comporta sufrimiento. Después vino la liberación, la moda afro y todo eso, y tuvimos que hacernos la permanente.

Los chicos tenían que ir también con mucho pelo, patillas e incluso barbas, que eran un signo evidente de progresismo político. En algunso trabajos se prohibía o casi llevar barba. La calvície era ya un problema, en aquella época decían que la provocaban los cascos y gorros de la mili pero ya no hay mili y parece que es más bien genético y que no se ha encontrado una solución definitiva. Las chicas de moda son hoy mucho más flacas que las de entonces y ese tema, como se sabe, ha generado una enfermedad casi nueva, la anorexia. Aceptarse gordo, flaco, calvo, peludo, chato o narigudo, con pelo rizado o liso, es un proceso que requiere años y madurez. Hasta que, mirándonos las fotos antiguas, nos damos cuenta de lo guapos y guapas que éramos en aquellas épocas, cuando estábamos cargados de manías y complejos. Es una lástima, porque hay muchos vendedores de tontería por el mundo que se aprovechan de esta estupidez que hoy se define como ‘no estar contento con tu cuerpo’. Massa farts (demasiado hartos), que decían mis antepasados. Al fin y al cabo, todos envejecemos y morimos, para eso sí que no se ha inventado nada, de momento. Nada efectivo, claro.